«La orfandad de un hombre viejo» de Juan Ortiz (Poema)

LA ORFANDAD DE UN HOMBRE VIEJO

Juan Ortiz

Poema / Venezuela

No importa cuándo llega la orfandad:

sea de niño,

de adulto,

de viejo…

al venir,

uno queda sin pabilo que le ate al suelo,

sin represas en los ojos,

el hombre se hace un mar que se ve solo a sí mismo,

sin horizonte ni orilla,

una hojilla que se corta con cada extremo su propio filo.

 

Ancla de mi bote,

«Dios te bendiga, mijo» que ya no visita,

me partes donde me nace el nombre en cada inesperado instante,

y me diluyo piso abajo sin derecho a tregua,

sin arrullo posible,

porque remedio sería tu voz,

y, como tú,

está ausente.

 

Bajo esta ciudad que erguiste con tus hambres y desvelos,

con las cartas en la mesa,

férreo escudo de carne, piel y hueso,

hay un niño que te llama,

que se miente en las nostalgias

negándose a entender cómo su uvero predilecto ya no dé sombra.

 

Madre,

debo escribirte,

no hay amor en las cenizas

ni en el fuego que con prisa

borró el cuerpo que me trajo.

 

Detrás de escarabajos un pequeño con canas llora,

anhela una voz, 

la flora elocuente de un abrazo,

ternura que consuele un jueves en pedazos

desperdigado por esa noche que no se espera.

 

Hoy en la acera,

en la hora de las orfandades,

del cúmulo imposible de los adioses

—como ayer montando arepas,

sirviendo el guiso heredado,

y mañana en otras cosas y pasado y pasado…—

recibo de nuevo a las bestias feroces de la despedida

de la puerta magnánima, recia y dulce

que arrimó mi alma a esta vida,

y no importa quién se acerque con sus compresas esenciales,

no vale palabra alguna,

ni sal marina en la herida…

madre, 

debo escribirte,

madre…

madre…

madre…

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