«El testamento» de John Donne

EL TESTAMENTO

JOHN DONNE

POEMA/REINO UNIDO

Antes que exhale mi último suspiro, deja, Amor,

que revele mi legado. Es mi voluntad legar

a Argos mis ojos, si mis ojos pueden ver.

Si están ciegos, Amor, a ti te los entrego;

A la Fama doy mi lengua; a embajadores, mis oídos;

a mujeres, o a la mar, mis lágrimas.

Tú, Amor, me has enseñado

al hacerme amar a aquella que a veinte más tenía,

que a nadie debía dar, sino a quien tenía demasiado.

 

Mi constancia entrego a los planetas;

mi verdad, a quienes viven en la Corte;

mi ingenuidad y franqueza

a los jesuitas; a los bufones, mi ensimismamiento;

mi silencio, a quien haya estado fuera;

mi dinero, al capuchino.

Tú, Amor, me has enseñado, al instarme a amar

allí donde amor no es recibido,

a dar sólo a quienes tienen incapacidad probada.

 

Mi fe entrego a los católicos;

mis buenas obras, todas, a los cismáticos

de Amsterdam; mis mejores modales,

mi cortesía, a la universidad;

mi modestia doy al soldado raso.

Compartan los jugadores mi paciencia.

Tú, Amor, me has enseñado, al hacerme amar

a aquella que dispar mi amor entiende,

a dar sólo a quienes tienen por indignos mis regalos.

 

Sea mi reputación para aquellos que fueron

mis amigos; mi industria, para mis enemigos.

A los escolásticos hago entrega de mis dudas;

de mi enfermedad, a los médicos, o al exceso;

a la naturaleza de todo lo que en rima tengo escrito,

y para mi acompañante sea mi ingenio.

Tú, Amor, cuando adorar me hiciste a aquella

que antes este amor en mí engendrara,

a hacer como si diera, me enseñaste, cuando restituyo sólo.

 

A aquel por quien tocan las campanas,

mi libro doy de medicina; mis pergaminos

de consejos morales sean para el manicomio;

mis medallas de bronce, para quienes tienen

escasez de pan; a quienes viajan entre

todo tipo de extranjeros doy mi lengua inglesa.

Tú, Amor, al hacer que amara a quien

considera su amistad justa porción

para jóvenes amantes, haces mis dones desproporcionados.

 

Así, pues, no daré más, sino que el mundo

destruiré al morir, pues el amor muere también.

Tu hermosura, toda, menos entonces valdrá

de lo que el oro en la mina, sin que haya quien lo extraiga

y de menos tus encantos, todos, te servirán,

de lo que puede un reloj de sol dentro de una tumba.

Tú, Amor, me has enseñado, al hacerme

amar a aquella que a ti y a mí desdeña,

a ingeniar esta manera de aniquilar a los tres.

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