«El cuervo» de Edgar Allan Poe

EL CUERVO

EDGAR ALLAN POE

POEMA/ESTADOS UNIDOS

I

En una noche pavorosa, inquieto

releía un vetusto mamotreto

cuando creí escuchar

un extraño ruido, de repente

como si alguien tocase suavemente

a mi puerta: «Visita impertinente

es, dije y nada más».

 

II

¡Ah! me acuerdo muy bien; era en invierno

e impaciente medía el tiempo eterno

cansado de buscar

en los libros la calma bienhechora

al dolor de mi muerta Leonora

que habita con los ángeles ahora

¡para siempre jamás!

 

III

Sentí el sedeño y crujidor y elástico

rozar de las cortinas, un fantástico

terror, como jamás

sentido había y quise aquel ruido

explicando, mi espíritu oprimido

calmar por fin: «Un viajero perdido

es, dije y nada más».

 

IV

Ya sintiendo más calma: «Caballero

exclamé, o dama, suplicaros quiero

os sirváis excusar

mas mi atención no estaba bien despierta

y fue vuestra llamada tan incierta…»

Abrí entonces de par en par la puerta:

tinieblas nada más.

 

V

Miro al espacio, exploro la tiniebla

y siento entonces que mi mente puebla

turba de ideas cual

ningún otro mortal las tuvo antes

y escucho con oídos anhelantes

«Leonora» unas voces susurrantes

murmurar nada más.

 

VI

Vuelvo a mi estancia con pavor secreto

y a escuchar torno pálido e inquieto

más fuerte golpear;

«algo, me digo, toca en mi ventana,

comprender quiero la señal arcana

y calmar esta angustia sobrehumana»:

¡el viento y nada más!

 

VII

Y la ventana abrí: revolcando

vi entonces un cuervo venerando

como ave de otra edad;

sin mayor ceremonia entró en mis salas

con gesto señorial y negras alas

y sobre un busto, en el dintel, de Palas

posóse y nada más.

 

VIII

Miro al pájaro negro, sonriente

ante su grave y serio continente

y le comienzo a hablar,

no sin un dejo de intención irónica:

«Oh cuervo, oh venerable ave anacrónica,

¿cuál es tu nombre en la región plutónica?»

Dijo el cuervo: «Jamás».

 

IX

En este caso al par grotesco y raro

maravilléme al escuchar tan claro

tal nombre pronunciar

y debo confesar que sentí susto

pues ante nadie, creo, tuvo el gusto

de un cuervo ver, posado sobre un busto

con tal nombre: «Jamás».

 

X

Cual si hubiese vertido en ese acento

el alma, calló el ave y ni un momento

las plumas movió ya,

«otros de mí han huido y se me alcanza

que él partirá mañana sin tardanza

como me ha abandonado la esperanza»;

dijo el cuervo: «¡Jamás!»

 

XI

Una respuesta al escuchar tan neta

me dije, no sin inquietud secreta,

«Es esto nada más.

Cuanto aprendió de un amo infortunado,

a quien tenaz ha perseguido el hado

y por solo estribillo ha conservado

¡ese jamás, jamás!»

 

XII

Rodé mi asiento hasta quedar enfrente

de la puerta, del busto y del vidente

cuervo y entonces ya

reclinado en la blanda sedería

en ensueños fantásticos me hundía,

pensando siempre que decir querría

aquel jamás, jamás.

 

XIII

Largo tiempo quédeme así en reposo

aquel extraño pájaro ominoso

mirando sin cesar,

ocupaba el diván de terciopelo

do juntos nos sentamos y en mi duelo

pensaba que Ella, nunca en este suelo

lo ocuparía más.

 

XIV

Entonces pareciome el aire denso

con el aroma de quemado incienso

de un invisible altar;

y escucho voces repetir fervientes:

«Olvida a Leonor, bebe el nepenthes

bebe el olvido en sus letales fuentes»;

dijo el cuervo: «¡Jamás!»

 

XV

«Profeta, dije, augur de otras edades

que arrojaron las negras tempestades

aquí para mi mal,

huésped de esta morada de tristura,

dí, fosco engendro de la noche oscura,

si un bálsamo habrá al fin a mi amargura»:

dijo el cuervo: «¡Jamás!»

 

XVI

«Profeta, dije, o diablo, infausto cuervo

por Dios, por mí, por mi dolor acerbo,

por tu poder fatal

dime si alguna vez a Leonora

volveré a ver en la eternal aurora

donde feliz con los querubes mora»;

dijo el cuervo: «¡Jamás!»

 

XVII

«Sea tal palabra la postrera

retorna a la plutónica rivera,»

grité: «¡No vuelvas más,

no dejes ni una huella, ni una pluma

y mi espíritu envuelto en densa bruma

libra por fin el peso que le abruma!»

dijo el cuervo: «¡Jamás!»

 

XVIII

Y el cuervo inmóvil, fúnebre y adusto

sigue siempre de Palas sobre el busto

y bajo mi fanal,

proyecta mancha lúgubre en la alfombra

y su mirada de demonio asombra…

¡Ay! ¿Mi alma enlutada de su sombra

se librará? ¡Jamás!

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