LA HABITACIÓN DE LOS LIRIOS
Juan Ortiz
POEMA/VENEZUELA
Allí amanecía con los gallos a las tres de la mañana,
ella llegaba un poco antes,
desde distintos caminos,
a recoger las cenizas para armarnos de nuevo.
Mi esperanza siempre era esperar que el mundo se quedara en el ventanal,
aprisionado,
para salir por la puerta y ver qué encontraba,
adónde más podía ir.
De vez en cuando un caballo pastaba los libros que alguna vez quise escribir en la
esquina que aguarda mis desvaríos,
luego se iba volando a la otra habitación donde alquilaba un buen hombre taciturno
invadido por cayenas cada vez que un pescador se perdía en alta mar.
Sus paredes venían a mí a pedir consejos,
«¿Cómo hacer para resistir los años
y seguir con los huesos dentro,
con la piel tan dura,
con esos ojos de muralla infranqueable que no dejan ver el alma?»,
me preguntaban;
metía mi mano en sus sienes,
lejos,
hasta la gravilla,
soltaba un hombre,
un árbol,
una serpiente,
una mujer
y eso era todo.
Aunque el ventanal era grande como para contener al mundo
—como un desvelo junto a un cuerpo que no se ama—,
nunca cupo allí la ranchería que me trajo,
por eso me fui.
Más allá un lirio,
de una isla,
de una paraulata en vuelo curioso,
hay un lugar de árboles en duelo,
ve y llora con ellos,
duerme un poco,
luego despierta en asombro,
como decapitado,
con el cantar de los gallos negros en la madrugada.
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