«Tarde de otoño» de José Zorrilla (Poema)

TARDE DE OTOÑO

JOSÉ ZORRILLA

POEMA / ESPAÑA

Ya viene el revuelto otoño

Recogiendo frasco y flores;

Pasó el sol con sus calores,

Y alumbra al fin otro sol;

Pasaron las alboradas

Deliciosas de la aurora,

Que el horizonte colora

De purpurino arrebol.

Pasaron las noches claras

De la luna y los jardines;

Las noches de los festines

Tras el otoño vendrán.

Pasó el tiempo de las citas

A deshora entre las rejas,

Los cuidados de las viejas,

De las niñas el afán.

Pasaron las serenatas

Debajo de los balcones,

Las rondas y las canciones

Del mancebo emprendedor.

Todo es ya triste: la tierra

Pierde su brillante aliño,

Y el amor, que es pobre y niño,

Alivio busca al calor.

Mas si se envuelve la noche

Entre su sombra importuna,

Si pierde su blanca luna

Y sus horas de placer;

Si pierde la fresca aurora

Sus aromas y sus flores,

Sus nubes de cien colores,

S a aureola de rosicler;

Le que la en cambio a la tarde

Todo el encanto del día,

Y henchida de su armonía

Sale el sol a despedir.

Bella es la tarde que baja

Por el rosado Occidente,

Y se apaga lentamente

Para volver a lucir.

 

Es púrpura el horizonte,

Y el firmamento una hoguera,

Es oro la ancha pradera,

La ciudad, el río, el monte.

Rey de los astros, el sol,

Del regio trono al bajar,

Su pompa querrá ostentar

En su manto de arrebol.

Por eso suspenso está

De su reino a la salida,

Jurando a su despedida

Que mañana volverá.

Banda de nubes de grana,

Que con sus reflejos tiñe,

Flotando en torno le ciñe

Como turba cortesana.

Ráfagas mil que se cruzan,

Filigrana de la tarde,

El sol que a su espalda arde

En colores desmenuzan.

Y al hundirse en Occidente

Partida en muchas la llama,

Por el cielo se derrama

Fosfórica y transparente.

Es la postrera sonrisa

Del bello día que acaba,

Que de esa luz arrancaba

Su fresca ondulante brisa.

La fresca brisa que asoma

Por sobre la roca calva,

Remedio de la del alba

En frescura y en aroma.

A su venida, tardías

Cierran su cáliz las flores,

Y trinan los ruiseñores

Sus postreras armonías.

Se les va buscar la sombra

Entre las desnudas ramas,

Porque sus hojas de escamas

Sirven al suelo, o de alfombra.

Que ya el inconstante viento

Del otoño que aparece,

En los árboles se mece

Con brusco sacudimiento.

Flor, pronto inútil y sola,

En vez de la que él deshizo,

Orlará el campo pajiza

La purpurina amapola.

 

Brezos y arbustos impuros

De la montaña en la falda,

Vestirán su áspera espalda

Con sus matices obscuros.

Grupos de nubes perdidos

Como fantasmas deformes,

Traen en sus pliegues enormes

Vientos de invierno escondidos.

El árbol en largas hebras

Hiende sus cortezas vanas,

Y anuncian lluvias lejanas

Las rastras de las culebras.

Da el cuervo al aire su vuelo,

Graznidos a su garganta;

Rey del viento, se levanta

Entre la tierra y el cielo.

Se oye de algunas palomas

Perdido el último arrullo,

De alguna fuente el murmullo

Que entre los juncos asoma.

Queda el mundo en soledad;

Y en el aire alzan su imperio

Da las sombras el misterio,

Y el humo de la ciudad.

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