«El otoño de la vida» de Rosalía de Castro (Poema)

EL OTOÑO DE LA VIDA

Rosalía de Castro

Poema / España

Una tarde de paz en el estío

en que al sopor del caluroso ambiente

se mezclaba lo fresco del rocío.

 

Hora en que el sol su brillantez perdía,

cubierto allá por las doradas nubes

donde hermosas sus luces escondía.

 

Sembrada de azucenas y verdura

selva en verdad de dilatado espacio,

convidaba al reposo y la tristura;

 

y en la pálida sombra que extendían

las ramas de sus árboles frondosos,

misteriosas dulzuras se escondían.

 

Ningún eco cercano se escuchaba,

ni el insecto de espléndidos colores

jugando por los aires revolaba.

 

Parece que en redor todo dormía,

que ni aun el aura entre las blandas flores

con su manso murmullo se sentía.

 

De cuando en vez algún ligero viento

que al mismo tiempo de nacer moría,

cual de un niño que expira el breve aliento.

 

Un eco inusitado produciendo

pasaba entre el verdor de aquel follaje,

y en el espacio al fin se iba extinguiendo.

 

Y al cabo en el silencio adormecidas

las olorosas plantas reposaban

en la sombra fresquísima escondidas.

 

Un joven allí inmóvil descansaba

cabe del pie de carcomida encina,

y una blanda ilusión acariciaba;

 

y el ¡ay!, que postrimero se sentía

de aquella tarde, amortiguado y yerto,

aquel joven tal vez lo recogía…

 

Clavado su mirar en unas flores

que lozanas y bellas se entreabrían,

se encantaba, quizás de sus colores.

 

Y al seguir el instinto que lo impele

con placer una de ellas ha tocado;

mas al instante mismo retrocede.

 

Ve que la flor tan sonrosada y pura

cambiando su color mustia se vuelve

al sentir de su mano la prensura.

 

Y una arruga marcó su blanca frente

al mirar transición tan repentina;

y alguna idea se quemó en su mente…

 

Mas insiste otra vez; la mano alarga

por coger otra flor que era más bella,

y un pensamiento de dolor le embarga

 

al ver también que se doblega y muere

la flor que tan bonita se mecía,

y en vano el joven revivir la quiere.

 

Y también esta vez su frente pura

nublada fue por una idea extraña

mezclada entre vapores de amargura.

 

A poco rato un pajarillo hermoso

de dulce canto y purpurinas alas

que busca en la pradera su reposo,

 

paróse junto al joven que extasiado

mirándole en su vuelo le siguiera

de su rara belleza enamorado.

 

Y al verle que tan cerca se detiene

muy suavísimamente le aprisiona,

y un instante en su mano le contiene.

 

Y el pajarillo entonces aletea

por salir de la cárcel que le oprime,

y pierde su vigor en la pelea.

 

Y al fin, después de que se agita en vano,

su pobre corazón de latir cesa,

y muerto se le queda entre la mano…



Estático el joven palabras pronuncia,

que él sólo comprende, que nadie escuchó,

y mira aquel ave que acaso le anuncia

lo que él algún día, quizá presintió.

 

La víctima yerta ligero la tira

a donde las flores marchitas están;

y allí de sus restos los ojos retira,

que acaso el mirarlos tristeza le dan.

 

Y apoya la frente de angustia nublada

al árbol que cerca de sí percibió,

y a poco pensando, quizás en la nada,

cerrando sus ojos durmiendo quedó.



Y la selva también que se dormía,

con el joven aquél, en los vapores

que ocultaba la tarde parecía.

 

Y un eco de su fondo se exhalaba,

que al grato son del murmurante arroyo

imperceptible y leve se mezclaba.

 

Y aquel eco sin voz era un aliento,

un respiro vital de aquellas llores

que extendían su aroma por el viento.

 

Una brisa ligera se levanta,

mueve de pronto las dormidas hojas,

y entre las ramas resbalando canta.

 

Y parece que entonces nueva vida,

cobró a su vez la soñolienta tarde

del letargo pesado desprendida.

 

Ya el pájaro cantando voltejea,

y en su vuelo rasante va tocando

la blanca flor que nacarada ondea.

 

Y el lago que tranquilo reposaba

espejo de purísima limpieza

donde un cielo de azul se reflejaba,

 

manso viento que pasa y se desliza

su blanda superficie apenas mueve

y en leves ondas su tersura riza.

 

Todo revive, al parecer, y abierta

la senda de otra vida, se percibe;

mas el joven aquél aún no despierta.



Una paloma silvestre

ligera viene y se posa

en el árbol do reposa

el joven que se durmió.

 

Ya su cantar poco dulce

marchóse el blando beleño

de su pacífico sueño;

y el joven se levantó.

 

La vista tiende en la selva

para despedirse acaso,

mas tras él sintiendo el paso

de algún animado ser,

 

vuelve la cabeza y mira

un niño que juguetea,

y contento se recrea

con inocente placer;

 

y que en su mano lozanas

las flores marchitas antes,

con sus colores brillantes

volvieron a relucir;

 

y el pájaro que doliente

entre sus manos muriera,

ora cantando volviera

con su hermosura a vivir.



Entonces el joven

del caso presente

la causa a su mente

pregunta, y la halló.

 

Y en tanto que el niño

risueño jugaba,

su labio marcaba

sonrisa que heló.

 

La duda presiente

que acaso a su vida

por siempre irá unida

fatal predicción…

 

Suspira y su labio

murmura una queja,

y huyendo se aleja

de aquella visión.

 

Luego un eco

en el espacio

muy despacio

se perdió,

y en los valles

extendido

escondido

murmuró,

con raro

vago

son:

 

«Al que en la vida una vez

mira la fe ya perdida

que acarició su niñez

y la terrible vejez

siente venir escondida;

quien contempla la ilusión

de su esperanza soñada

muriendo en el corazón

al grito de la razón

¿qué es lo que queda?… ¡nada!…»

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