EL NAUFRAGIO DE LA PALABRA
ÁNGEL RAMÍREZ
Ensayista /Venezuela
De un solo golpe las palabras desaparecieron de la faz de la tierra. Ahora solo se ven rastros de los idiomas más pensantes de la historia del mundo. La palabra de la que hablo está naufragando en un mar de insensatez semántica y sintáctica. Por lo tanto, la confrontación carece de nivel y el contexto justifica el arribismo de la mediocridad y el irrespeto a las mínimas normas del código. A causa de ello, el lápiz o la tecla son meros instrumentos de la simpleza verbal. Ni la más mínima mancha de genialidad se observa en la mayoría de los escritos que por las redes sociales se envían y que representan el 90% de la información que se comparte hoy en día. ¿Adónde se ha ido la belleza del idioma? ¿Será que está reposando en los cuarteles escondidos de poetas y narradores? ¿Qué podemos hacer para lanzarle el salvavidas de la reflexión virtuosa?
Es evidente que el análisis no soporta un minuto de distracción. Las palabras o las buenas palabras están luchando contra la miopía de nuestro tiempo. Encima, pocos descubren la destreza de su cuerpo. Salgamos en busca de Montaigne, de Andrés Bello, de Cervantes y tratemos que sus espíritus nos inunden. Dejemos de justificar y de simpatizar con lo llano del lenguaje. El caso es que la cobardía envilece el honor del mensaje. No en vano, Sherezade quiso que soñáramos con el mejor final del cuento. La infamia de esta ponzoña disfrazada de mensajes instantáneos trae el veneno tecnológico mal entendido. De esta manera, es que puedo decir: el milenio ha comenzado con el pie izquierdo puesto que su palabra naufraga.
A esto se le suma, el orador grosero capaz de potenciar su discurso con la repugnancia del ripio populista. Sin embargo lo que más enfada es que lo hacen a través de los grandes medios de comunicación y en horarios todo público. No se dan cuenta que su verbo lleva la responsabilidad de una función educativa sobre sus hombros. Entonces, la palabra buena extiende su morada en el mar y nadie la encuentra. Yo creo que está huyendo de la impiedad virtual. El problema es su mirada en este espejo cruel del siglo XXI. Mientras tanto, la paradoja establece que nuestra sociedad es la que más escribe y lee de todos los tiempos, claro está que muy lejos del legado de “La Divina Comedia” de Dante o el “Novum Organum” de Bacon.
Por ejemplo, José Ingenieros decía: “El ‘hombre práctico’ de toda situación se aprovecha y de toda villanía saca partido” y es lamentable que sea cierto. No obstante, hay salidas para salvar a la palabra decente de morir ahogada. Una primera decisión, sería tomar el diccionario del alma y buscar en él la inspiración que nos permita cotizar en el diccionario de la academia. Luego, utilizar la tecnología con viento a favor y hallar en ella la escarapela del verbo. Al final, se debería martirizar el garabato y subir al podio a su excelencia; la palabra. A propósito, yo la subiría a un nuevo Chimborazo en donde reine sin las restricciones de lo que por ahora es su dantesco naufragio.
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