EL CISNE
Salvador Rueda
Poema / España
Crítica literaria de El cisne
El poema «El cisne» de Salvador Rueda destaca por su lenguaje lírico y su uso de metáforas para describir al cisne como un ser divino y simbólico. A través de «El cisne», el autor, ofrece una visión poética y evocadora de este majestuoso animal, convirtiéndolo en un símbolo de pureza, espiritualidad y belleza. La elección de imágenes y metáforas contribuye a crear una atmósfera de elevación espiritual y admiración por la perfección estética.
El poema comienza con una descripción visual impactante, utilizando términos como «nácar riente», «alabastro» y «hostiario viviente», que evocan una imagen de blancura y brillo, sugiriendo la pureza del cisne como un arco ideal de la perfección. La asociación del cisne con la «idealidad» refuerza la noción de que este ser es más que un simple animal; es una manifestación de lo sublime y lo espiritual.
Rueda continúa personificando al cisne al referirse a su «alma que desfila bajo de tu cuello», atribuyéndole características humanas y otorgándole una dignidad que merece el triunfo de disfrutar de la belleza y la inmortalidad, iluminada por el sol. Este uso de personificación añade una dimensión emotiva al poema, invitando al lector a conectarse con el cisne a un nivel más profundo.
El poema también se sumerge en una dimensión religiosa al describir al cisne como un «sagrario» que vierte «pulcritus divina» y actúa como un «filtro idealizado de luz cristalina». Aquí, Rueda fusiona lo divino con lo natural, sugiriendo que la pureza del cisne emana de una fuente trascendental, aportando una dimensión espiritual a la belleza del animal.
La asociación del cisne con la religión y la castidad se intensifica a medida que el poema avanza, destacando su «blancor teológico» que lava de pecado y su «ropón nevado» que habla de una «eterna casta religión». Esta conexión entre el cisne y lo sagrado refuerza la idea de que el animal encarna valores espirituales y morales.
La última estrofa del poema celebra la gracia celestial que llueve en las plumas del cisne, describiéndolas como hechas de «oración y nieve». La referencia a la invitación para rezar refuerza la conexión con lo divino, mientras que la mención de las plumas como «altos resplandores» subraya su naturaleza celestial y casi intocable.
EL CISNE
Visión impecable de nácar riente,
ara de alabastro y hostiario viviente,
cisne, frágil arco de la idealidad;
alma que desfila bajo de tu cuello
digna es del gran triunfo de gozar lo bello
y del sol que alumbra la inmortalidad.
Sagrario que viertes pulcritus divina,
filtro idealizado de luz cristalina,
de las fuentes triste clarificador;
tu lección de blanco, viste de pureza,
viste armonía, viste de belleza,
y abre castas risas de bondad y amor.
Tu blancor teológico lava de pecado,
y, oración de plumas, tu ropón nevado
habla de una eterna casta religión:
la que da a las almas la naturaleza,
la que da alegría, la que da belleza,
la que de blancuras viste la ilusión.
Gracia de los cielos en tus plumas llueve,
en tus plumas hechas de oración y nieve,
que a la boca invitan cual para rezar;
hecho tu plumaje de altos resplandores,
no está profanado ni por los colores
y su luz ni el iris se atreve a tocar.
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