«El viejo y la niña» de José Hernández

EL VIEJO Y LA NIÑA

José Hernández

Cruza un arroyo inocente

Sobre un campo de esmeralda,

Y á su orilla crece un sauce

Reflejándose en sus aguas.

En sus trasparentes ondas,

Serenas, limpias y mansas.

Varios descuidados cisnes

Su blanco plumaje, bañan.

Los pintados pajarillos,

Saltando de rama en rama,

Enamorados y alegres,

Con sus dulces trinos cantan.

Y las flores caprichosas,

Que crecen entre la grama,

Aquel manto de verdura,

Entapizan y engalanan.

Y las perfumadas brisas,

Al cruzar en tenue calma,

Rozan leve y suavemente,

Agua, cisnes, flor y grama.

Pálido un rayo de sol,

Que se quiebra entre las ramas,

Va á reflejar moribundo

En las cristalinas aguas.

Del verde sauce á la sombra

Un pobre viejo descansa,

Pura la mirada y limpia,

Serena, aunque triste el alma.

A sus trémulas rodillas

Alegre una niña salta,

Y sus sonrosados dedos

Entre sus canas enlaza.

El las huellas de la vida

Muestra en su faz arrugada,

Y ella refleja en su frente

La pureza y la esperanza.

De la sien del viejo penden

Escasas hebras de plata,

Pues deja tan poco el mundo

Que hasta deja pocas canas.

Y ella los sedosos rizos,

Flotantes sobre la espalda,

Por la brisa acariciados

No suelta, sino derrama.

Él es la verdad del fin,

Es la realidad ingrata;

Y ella es la ilusión risueña

Que dá vida á la esperanza.

Él es el árido invierno

Con su nieve y sus escarchas,

Es desierto, soledad,

Repulsión, tinieblas, nada

Y en la senda de la niña,

La primavera derrama

Todas sus galas floridas

Con generosa abundancia.

Él es la noche sombría,

Ella la aurora galana,

Ella viene, y él se vá

Libre de congoja el alma.

Ella en su inquieta inocencia

Jugueteando con sus canas

— ¿Por qué motivo, le dice,

Tienes la cabeza blanca?

Fija en la niña el anciano

Pura y serena mirada,

Sus secos labios contrae

Lijera sonrisa amarga,

— ¿No sabes, niña inocente,

No sabes niña adorada,

Que la vida se parece

A la antorcha que se apaga?

Seductoras ilusiones,

Nuestra juventud engañan

Y al retirarse fugaces

El tinte del pelo cambian,

Vienen muchos desencantos

Muere ó se vá la esperanza;

Que la esperanza de ayer

Es desencanto mañana.

Y solo nos deja el mundo

Al terminar la jornada,

Al espíritu congojas

Pero no á los ojos lágrimas,

Solo deja el desengaño

Y tristezas en el alma,

Las arrugas en el rostro

Y en la cabeza las canas!!»

Oyó la niña el sermón

Sin entender ni palabra,

Pues la vida tiene aún

Arcanos que ella no alcanza.

Se fué á arrojar juguetona

Piedrecillas en el agua,

Los cisnes tienden el vuelo

Y el viejo vuelve á su casa.

Las flores siguen creciendo,

Las aguas siguen su marcha,

Sigue el sauce dando sombra,

Sigue el pájaro en sus ramas.

Sigue la brisa apacible

Y al verde follaje arranca

Esa tímida armonía

Que solo percibe el alma.

Mas yo he seguido hasta aquí,

Y es tiempo de decir basta,

Porque las penas son mías

Y soy dueño de ocultarlas.

Yo soy ese pobre viejo

Lleno de arrugas y canas

Y es la niña juguetona,

La lectora de esta fábula.

Guarde ella sus ilusiones,

Yo mis tristezas amargas,

Ella sus blondos cabellos

Y yo mis escasas canas.

Que ya fugaron veloces

Las ilusiones del alma;

Pues ayer compré un billete

Y no me he sacado nada.

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