«A Italia (Canto I)» de Giacomo Leopardi (Poema)

A ITALIA (CANTO I)

GIACOMO LEOPARDI

POEMA / ITALIA

¡Italia mía! Miro muros, arcos,

columnas, simulacros, las caídas

torres de nuestros padres;

mas no encuentro la gloria,

ni el hierro y los laureles que abrumaban

a nuestros ascendientes. Hoy, inerme

el seno muestras y la sien desnuda;

¡cielos! ¡Cuántas heridas!

¡Qué mortal lividez! oh, cuál te veo,

¡bellísima mujer! Al cielo digo

y al mundo: ¿quién la puso

en tal miseria? Y por mayor afrenta

duras cadenas cíñenle los brazos.

Así, suelto el cabello, el velo roto

yace en tierra doliente y olvidada,

y la faz escondida

en el regazo, llora.

¡Llora, Italia infeliz! justo es que llores,

tú, que a todos venciste

en las dichas al par que en los dolores.

 

Si dos fuentes vertieran tus pupilas,

nunca pudiera el llanto

igualarse a tu mal y a tu vergüenza:

que de señora descendiste a esclava.

¿Quién recuerda tu historia

que, contemplando tu esplendor pasado,

no diga: su grandeza ya no existe?

¿Por qué ? ¿por qué ? ¿ Dó está la antigua fuerza,

las armas, el valor y la constancia?

¿Quién te robó tu acero ?

¿Quién te entregó? ¿qué dolo, qué artificio,

o qué poder tan grande

te arrancaron el manto y la diadema?

¿Cómo caíste, y cuándo

de tanta altura a tan profundo abismo?

¿Nadie lidia por ti? ¿No te defiende

hijo ninguno? ¡Al arma! ¡al arma! solo

entraré en lucha, rendiré la vida

y que mi sangre sea

fuego a nuestra nación adormecida.

 

¿Dó tus hijos están? Oigo son de armas,

y de carros, y voces, y timbales;

en extrañas regiones

luchan tus descendientes.

Escucha, Italia, escucha. ¿No divisas

un fluctuar de infantes y caballos,

y polvo, y humo, y fulgurar de aceros,

cual rayo entre las sombras?

¿No te animas? ¿las trémulas miradas

porqué no fijas en la incierta lucha?

¿Por quién, allá, combate

la ítala juventud? ¡Númenes sacros!

¡Sirven a otra nación nuestros aceros!

¡Mísero el hombre que rindió la vida

no por el patrio nido y por la amada

esposa e hijos caros,

mas por extraña gente,

y que morir no puede, balbuciendo:

¡alma tierra natía!

¡Tú me diste el vivir: yo te lo ofrendo!

 

Venturosa la edad en que corrían

a morir por la patria

los animosos pueblos en legiones!

¡Y tu siempre glorioso y venerando,

oh tesálico estrecho,

do la Persia y el Hado menos fuertes

fueron que pocas almas generosas!

 

Fínjome que los troncos y las piedras

y el mar y la montaña, al pasajero

con indistintas voces

aún narran cómo la legión invicta

cubrió el lugar sangriento

de cuerpos a la Grecia consagrados,

feroz y vil entonces

Jerjes cruzaba el Helesponto en fuga,

ludibrio a nuestros nietos más lejanos,

en la cima de Antela, do muriendo

burló a la muerte la legión divina,

Simónides se alzaba

mirando el cielo, el campo y la marina.

 

Y bañado de lágrimas el rostro,

ansioso el pecho, el paso vacilante,

empuñaba la lira:

«¡Oh felices vosotros

que el pecho disteis a enemiga lanza,

en homenaje a la que os dio la vida!

Os honra Grecia y os admira el mundo.

En medio de los azares,

¿qué amor movió las juveniles mentes

y a temprano morir llevaros pudo?

¿Cómo tan dulce, oh hijos,

os fue la hora final, que sonriendo

fuisteis al trance lamentable y duro?

¡Dijérase que al baile y no a la muerte

ibais vosotros, o a festín glorioso,

y en cambio, os esperaban

el orco y la onda muerta!

Ni visteis a la esposa y al querido

hijo, cuando en la playa

sin un beso moristeis, ni un gemido.

 

«Mas no del Persa sin horrendo duelo,

e inacabable angustia:

como león en medio de un rebaño,

la res asalta y le desgarra el lomo

con la potente zarpa,

y a otras los flancos y los muslos muerde,

tal, en medio de los persas, se encendía

la rabia en los helenos corazones.

Mira en tierra caballo y caballero;

obstáculo a la fuga

los carros son y derribadas tiendas;

de los suyos al frente

huye el tirano, desgreñado y mustio,

y bañados y tintos

en la sangre del bárbaro los griegos,

motivo al persa de infinito llanto,

vencidos por sus llagas, desfallecen

y uno sobre otro mueren. ¡Viva! ¡Viva!

¡Oh felices vosotros

mientras la humanidad hable o escriba!

 

«Primero, de los cielos desprendidos,

cayendo al mar, estallarán los astros

que el amor y la gloria

que conquistasteis, mengüen.

Vuestra tumba es un ara. Aquí la madre

vendrá a mostrar al párvulo la hermosa

huella de vuestra sangre. ¡Yo, postrado

¡héroes! sobre este suelo,

el césped beso y las desnudas rocas,

que alabadas serán eternamente

del uno al otro polo.

¡Ah! ¡Si yo aquí yaciera y si regado

hubiera con mi sangre esta alma tierra!

Mas si mi suerte es otra y no permite

que por la Grecia los murientes ojos,

cierre en la lid cruenta,

que a lo menos la intacta

fama del vate que os cantó, perdure

y el numen le conceda

tanto durar cuanto la vuestra dure».

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