«Melancolía» de Salomé Ureña (Poema)

MELANCOLÍA

SALOMÉ UREÑA

POEMA / REPÚBLICA DOMINICANA

Hay un ser apacible y misterioso

que en mis horas de lánguido reposo

me viene a visitar;

yo le cuento mis penas interiores,

porque siempre, calmando mis dolores,

mitiga mi penar.

 

Como el ángel del bien y la constancia,

en los últimos sueños de la infancia

aparecer le vi;

contemplóme un instante con ternura,

y «Oye -dijo-: las horas de ventura

pasaron para ti.

 

«Yo vengo a despertar tu alma dormida,

porque un genio funesto, de la vida

te aguarda en el umbral;

y benigno jamás, siempre iracundo,

te encontrará, del agitado mundo

en el inmenso erial.

 

«Yo elevaré tu espíritu doliente;

disiparé las nubes que en tu frente

las penas formarán;

consagra sólo a mí tus horas largas,

y enjugaré tus lágrimas amargas

y calmaré tu afán.

 

«Seré de tu vivir guarda constante,

y mi pálido tinte a tu semblante

transmitirá mi amor.

Y te daré una lira en tus pesares,

por que al eco fugaz de tus cantares

se exhale tu dolor.

 

«Y te daré mi lánguida armonía,

que los himnos que entona de alegría

la ardiente juventud

jamás ensayarás, pobre cantora,

porque siempre la musa inspiradora

seré de tu laúd.»

 

Dijo, y de entonces, cual amiga estrella

alumbra siempre, misteriosa y bella,

mi noche de dolor;

y me arrulla sensible y amorosa,

como arrulla la madre cariñosa

al hijo de su amor.

 

Y haciendo que en sus alas me remonte

a otro mundo de luz sin horizonte,

de dicha voy en pos;

y entonces de mi lira se desprende

nota sin nombre que la brisa extiende,

y escucha sólo Dios.

 

Yo te bendigo, fiel Melancolía;

tú los seres que anima la alegría

no vas a adormecer;

porque eres el consuelo de las almas

que del martirio las fecundas palmas

lograron obtener.

 

Por ti en los aires resonó mi acento,

y para dar un generoso aliento

al pobre corazón,

alguna vez la Patria bendecida

benévola me escucha sonreída

y aplaude mi canción.

 

No pido más: bien pueden los dolores

destrozar sin piedad las bellas flores

de la ilusión que amé;

que jamás, bajo el peso que me oprime,

mientras un rayo de virtud me anime,

la frente inclinaré.

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