«La mujer de sal» de Andrés Eloy Blanco (Poema)

LA MUJER DE SAL

ANDRÉS ELOY BLANCO

POEMA/ VENEZUELA

¡Oh, blancura imposible de la Amada imposible!

¡Por todos mis desvelos cruza, como un fantasma,

como un jirón de invierno, su carne sin penumbras,

inverosímilmente blanca!

 

¡Oh, blancura imposible,

que integra mis delirios y va sobre mi alma,

con la apariencia leve de un sudario

y la verdad de mármol de una lápida!

 

Si alguna vez la viste, filósofo ambulante,

devanador de calles, enredador de plazas,

tejedor de monólogos, si alguna vez la viste,

di si es verdad que te espantó mirarla.

 

El resumen de todas las blancuras

en Ella se anidó como una garza,

y fue en sus manos un sopor de ovejas

y fue lienzo de altar en su garganta.

 

Vibrante, musical y suspendida

sobre la tierra, su blancura se alza

y va floreando sobre el alto cielo

como un arbusto bajo la nevada.

 

¡Blancura universal, ¡cómo te miro

resumida al mirarla!

¡EI blancor de esos días tercamente lluviosos;

las estatuas de mármol recién inauguradas;

el estertor de la pechuga exangüe;

el ruedo que la mar prende a su falda;

la capa voladora del beduino

y sus tiendas errantes, palomar del Sahara;

los caminos ahogados en la arena;

al fondo de los árboles, la pared de una casa;

las tumbas escondidas en la noche;

el cirio iluminando la mortaja;

¡yacente livor del esqueleto

que el cincel del gusano cincelara;

esas frases inéditas, alargadas de aes,

con que los sordomudos desahogan su rabia;

las gotas de azahar sobre las bodas,

y en la Suprema hora de las ansias,

en el instante de aflojar los brazos,

aquel blanco en los ojos de la mujer cansada!

 

Blancura universal, ¡Cómo te miro

resumida, al mirarte!

El remoto dolor de los pañuelos

que aletean de adioses en la playa;

las velas de cien barcos bajo el sol,

que parece

que un gran lirio se hubiera deshojado

en la rada;

las nubecillas huérfanas que entristecen

los cielos

con la miseria de su buche de agua;

la alegría lustral del primer diente

que en la frescura del pezón se clava

y en la inquietud de una cabeza negra

la aguja cruel de la primera cana;

el alba, cuando bajo los rayos del ordeño

se amanece de leche la penumbra del ánfora;

el pan de trigo antes de entrar al horno;

el lecho albar que está estrenando sábanas

y la cuerda del patio con la ropa

que ponen a secar por la mañana!…

 

Mucho de amargo y mucho de imposible

tiene, en verdad, la carne de la Amada;

en Ella hay la amargura de esas drogas blanquísimas,

y es imposible como el Himalaya.

 

Su carne es la Primera Comunión de la Carne,

y tiene lo intocado de las páginas

donde no escribió nadie, porque esperan la mano

que escriba con su sangre la Primera Palabra.

 

¡Mujer de Nieve, inédita de los llanos polares!

¡Mujer de Sal, como la vieja Estatua!

Cuando duerme, su rostro

se debe confundir con la almohada,

y cuando muere la creerán dormida,

porque después de muerta no podrá ser más pálida.

 

¡Mujer de Nieve, efigie de la Muerte,

Mujer de Sal, Estatua!

Si has de venir a mí, ven por la senda

más nocturna o más blanca;

así te fundirás en el camino

y yo no te veré hasta la llegada.

 

Vendrás diciendo una palabra hueca,

con muchas aes y la voz muy baja;

tus dedos azulados palparán las tinieblas,

y un collar de corales, ciñendo tu garganta,

suspenderá hasta el vértice

de mis presentimientos

la evocación de las descabezadas.

 

Mujer de sal, mujer de nieve, siento

como un largo vacío tu blancura en el alma,

y voy a ti como al abismo el ciego,

aunque presienta que has de ser mañana,

Como la muerte, fría e imposible

y como la mujer de Lot, amarga…

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