«Licencia para hablarte» de Ángel Marino Ramírez Velásquez

No puedo aceptar el átomo del silencio,

es necesario el aire de tu místico rostro,

es necesario el desnudo de un ahora y un por siempre.

¿Será mucho pedir una licencia para hablarte?

El cielo es la utopía del ojo y mi necedad no es mínima;

todos sabemos que el perfil de una foto no alivia.

Cuando insisto me ahogo en mi propia lógica.

Ningún lingüista es indiferente al error

y siento que tú no me oyes a pesar de mi grito poético.

Creo en ti y esa es la música que me hace andar.

Apoyo mi espíritu en tus decires sencillos.

¡Las hormigas no preguntan si deben trabajar!

Te advierto en el color de las arrugas del tiempo,

te siento viva en el suelo deshabitado de mi locura

y cada atardecer, al pensarte, se excita mi musa.

Pareciera que fuera un camino oscuro este crujir,

este pequeño deslizamiento de mi tortura,

este resoplarle la espalda a una historia muerta.

Ojalá pudieras sonar la cantera y despejar mi frente,

Ojalá pudiera asirme al brazo de tu hacha fuerte;

solo así, podré dejar atrás el manicomio de este rifle vacío.

Mientras tanto, amontona las anécdotas de tu fogón ardiente

para que me cuentes de tus oraciones blancas

en el minuto que Dios me dé licencia para hablarte.