«Malaria», novela de Emiliano Olivares (Cap. 4)

MALARIA DE EMILIANO OLIVARES CENTENO (Cap. 4)

Venezuela

MALARIA

Capítulo 4: Limbo

Emiliano Olivares

CAPÍTULO 4: Limbo

Ilustración: Yesenia Centeno

Despierta, Caroline, despierta, Caroline, despierta…

Hola Caroline.

Al oír la voz de Antonieta, su madre, Caroline abre un poco los ojos. Queda totalmente encandilada por la abundante luz natural, por ende, tarda en darse cuenta en donde está.

Poco a poco sus pupilas se van adaptando. Está en el dojo de Hans. Todo se ve de forma casi idéntica a la última vez que estuvo allí: una amplia cabaña rectangular con piso pulido y columnas de madera, sin paredes. Ella está acostada sobre una cama de almohadas y sábanas blancas en el centro del recinto.

Arropada hasta el pecho, Caroline siente la piel de sus extremidades rozando la tela. A su lado, Antonieta y Johannes sostienen su mano izquierda.

  • ¡Mamá, papá! – Caroline trata de incorporarse para abrazarlos, llorando de alegría, pero no puede moverse.
  • No te muevas pequeña, estás muy herida – dice Antonieta mientras limpia las lágrimas en las mejillas de su hija.

De pronto, toda la visión de Caroline se va oscureciendo. No sabe si está dormida o despierta; nunca se había percibido tan desorientada. Johannes le ofrece un vaso de agua. Al tomarlo, Caroline recupera completamente la visión, pero le cuesta mantenerse lúcida. Durante unos segundos sus padres hablan entre sí, pero ella no puede entenderlos bien.

  • ¿Cómo es posible, cómo llegué aquí?
  • Estabas en Venezuela —le responde Antonieta— fuiste rescatada hace tres días.

Caroline siente un tremendo dolor de cabeza. Por su mente pasan flashes de la universidad, Bruno, Hans con su traje inteligente, el doctor McAdams…

La misión, yo estaba en medio de una misión, la misión encontrar al paciente cero en el Roraima.

  • ¿Estoy muerta, estoy en el más allá?
  • No, sigues viva. Fuiste atacada, ¿no lo recuerdas? – Johannes le habla con rostro de mucha preocupación

En realidad, cada vez que Caroline cierra los ojos en su mente aparecen los rostros de los caníbales con sus ojos sangrantes. La luz vuelve a molestarla, aunque ya está reviviendo los eventos… los perros salvajes, el jaguar, la cava-cuarto…

¡El monstruo gigante!

            Caroline se desespera. Sin embargo, una vez más se nota incapaz de mover sus brazos y sus piernas, es como si estuviesen pegados a las sábanas.

  • ¡No, yo debo estar muerta!, ustedes también murieron hace dos años, estoy muerta, estoy muerta, estoy…
  • ¡No estás muerta! —interrumpe abruptamente Antonieta— fuiste salvada. Estás aquí con nosotros, queremos ayudarte, ¿por qué le disparaste a las personas de la represa?
  • Ellos nos atacaron primero bajo la lluvia. Es que los caníbales no tienen conciencia, ya no son más personas, no son seres humanos, solo buscan carne porque están infectados… Anopheles, larvas, mineros, pared celular – Caroline apenas puede hablar coherentemente, su visión se nubla con frecuencia.
  • ¡Vuelve aquí! —Johannes habla en voz alta, pero esta vez su voz no parece la de él, es el timbre y la entonación de alguien más— Contéstame, ¿cuál es el sentido de buscar al paciente cero?

Caroline siente un vacío sideral en su interior, su rostro empalidece, comienza a llorar desesperadamente.

  • Muchacha, respóndele a tu papá, ¿por qué estás matando a las personas de ojos rojos? – Antonieta habla en un tono conciliador, pero su voz también se oye diferente.
  • “¿Muchacha?” No, no, tú no eres mi mami, mi mami no me habla así ¿Quiénes son ustedes?, ¡mis padres están muertos!, ¡están muertos!

Caroline grita totalmente impotente, pues no puede mover sus brazos y sus piernas, apenas puede mover su cabeza de un lado a otro y un poco hacia arriba. Ni siquiera es capaz de levantar el tronco.

            Todo alrededor parece derretirse y modificarse: el techo, las columnas, la cama, sus padres; de pronto hay paredes, después no, la luz natural cambia de color… blanco, amarillo, anaranjado, verde…

  • Cálmate – Antonieta (con una voz diferente) le habla mientras le acerca un pañuelo a la cara.

Caroline siente un olor fuerte, le evoca al formaldehído utilizado en los laboratorios de la universidad.

Caroline se queda dormida.

 

 

Al abrir los ojos, Caroline tiene la cara apoyada contra el asfalto.

Su casco se ha quebrado por completo. Las astillas de fibra de carbono se han clavado en sus mejillas.

No tiene fuerzas para moverse. La resignación deja paso a una sensación extraña de alivio mientras el caníbal indestructible de 3 metros de estatura se acerca con pasos lentos, pesados, hasta donde ella yace para asestarle el golpe de gracia.

La muerte es inevitable. Llegará más temprano que tarde.

 

El caníbal se detiene antes de llegar hasta ella, se tambalea y cae. El enorme rostro del monstruo desnudo queda a medio metro del de Caroline.

En el mismo ojo (derecho) herido por una de las katanas de Caroline, ahora hay 3 flechas clavadas, impregnadas de un líquido rojizo oscuro.

 

 

Caroline abre los ojos. Lo primero que ve es un techo de paja. Cuando trata de incorporarse siente unas tiras de caucho apretando sus muñecas y sus tobillos. Está atada en una camilla de almohadas y sábanas blancas, arropada hasta el pecho.

Como puede sentir las telas en su piel, deduce que lleva poca ropa. Sin su traje protector, está totalmente expuesta al Anopheles y a los protozoos suspendidos de Plasmodium infernalis. De todas maneras, el ardor en su mejilla derecha le recuerda un suceso importante: su casco AR quedó hecho añicos.

No siente la pierna adolorida. Más bien se encuentra en un estado extraño de relajación, por lo cual, respira, se tranquiliza; contempla con calma la habitación con paredes de bahareque en donde está.

Su mochila ha sido revisada por alguien más; parte de su contenido reposa en una pequeña mesita al lado de la cama. El ensangrentado traje protector de Caroline cuelga en un gancho de una de las paredes.

Una muchacha joven de piel morena, cabello liso y ojos achinados la observa sentada desde el otro lado de la habitación, cerca de la entrada. Sus ojos negros, profundos, miran fijamente a Caroline.

  • Hola, ¿en dónde estoy?, ¿quién es usted? – pregunta Caroline.

La muchacha permanece inexpresiva. Casi inmóvil.

  • Disculpa, ¿puedes entenderme?

La muchacha asiente ligeramente con la cabeza, pero no responde, mantiene una expresión muy seria. Luego de unos segundos se levanta y llama desde la entrada de la habitación a otra persona, en un idioma desconocido para Caroline, aunque intuye que la chica pertenece a alguna etnia pemón.

Caroline aprovecha para observar bien a la muchacha, quien está vestida con una franela corta de color amarillo pálido, una bermuda jean bastante deshilachada y sandalias de cuero; en su espalda lleva guindados un arco, una pequeña canastilla con numerosas flechas, más tres pistolas incrustadas en el cinturón, incluyendo la 9 mm. de Caroline.

  • ¡Hey!, ¿qué está pasando? – Caroline grita, pero no tiene caso.

La muchacha saca un pañuelo de su bolsillo impregnado de un líquido rosado. Justo cuando se acerca a Caroline, un joven indígena vestido solo con un pantalón blue jean viejo (sin camisa), aparece por la puerta.

  • Oye, no, por favor; no tienen que drogarme para interrogarme, no es necesario torturarme con alucinaciones, les diré todo lo que necesiten saber. Solo necesito saber qué está sucediendo, ¿cómo llegué aquí?, ¿quiénes son ustedes?

Los jóvenes se miran el uno a la otra durante un par de segundos. Después, el muchacho habla:

  • Hola ¿Caroline Andrews? —él le muestra un carnet de la universidad que venía en su bolso, Caroline asiente— Ella es Materri, yo soy Kamale, somos originarios de esta tierra. ¿Qué hace una chica universitaria de Florida merodeando en nuestro territorio, disparando a las personas sin preguntar?
  • Hola, gracias por no drogarme de nuevo, gracias por salvarme. Soy Caroline Antonieta Andrews Granadillo, sargento de la tercera brigada especial de la unidad marítima asignada al Mar Caribe por el Ejército de los Estados Unidos de América y primera asistente de investigación del Proyecto Gellyfish.
  • ¿Cuál es esa misión de la que tanto mencionaste hace un rato? – Kamale levanta la voz, su rostro también muestra una expresión seria. Caroline entiende que habló mucho más de lo que recuerda mientras estuvo inconsciente.
  • Mi misión es llegar hasta el Roraima para encontrar al paciente cero, al origen de la malaria radioactiva, así podremos tener un punto de inicio para sintetizar una cura.
  • ¿Podremos, quienes «podremos»? —el rostro del joven pemón demuestra su enfado— ¿Tú crees que estás jugando vídeos, matando personas como si valiesen mierda? ¿Quién te crees tú?
  • Perdona —Caroline trata de ocultar su incredulidad, sabe que está a merced de sus captores, no conviene hacerlos molestar más— lo siento, ¿personas, te refieres a los caníbales de ojos sangrantes, los que mataron a mi sensei?
  • ¡Niña estúpida! Tú lo mataste. Tú no sabías si tu maestro iba o no a perder la conciencia. No todos los picados pierden la conciencia, la mayoría logra controlarse.

Caroline escucha asombrada. No lo puede creer. Nada de esto tiene sentido. Siente un escalofrío progresivo en todo su cuerpo mientras recuerda los puntos verdes que aparecían en su casco AR cuando llegó a la represa con Hans

  • ¡Ustedes siempre estuvieron allí! Siempre, la bicicleta, las señales intermitentes de mi casco de personas sanas… ¿Por qué me salvaron si creen que soy su enemigo, por qué no me dejaron morir cuando el monstruo vino a matarme?
  • Porque… —Kamale hace una pausa, sonríe con aire de autosuficiencia— queremos aprender más sobre nuestro enemigo. Materri pudo matarlos a ustedes dos en medio de la lluvia, fácilmente, como si fuesen lombrices en las garras de un águila. Ella nunca falla. Pero yo estoy harto de vivir a la defensiva, por eso la convencí de que lo mejor es sacarte la información. Así que mejor nos dices todo lo que preguntemos con honestidad o…

Materri levanta la katana de Caroline y la desenvaina mientras pronuncia lentamente:

  • Será muy gracioso —el rostro de Materri evidencia una frialdad pasmosa— despellejarte con tu propia arma, con la misma espada que decapitaste a nuestro amigo Fernando.

Caroline transpira gotas de sudor helado. Recuerda al caníbal de los machetes, a quien los jóvenes pemones llaman Fernando. Kamale continúa su argumento:

  • Esos «caníbales sin conciencia» eran nuestros amigos. Ellos se estaban defendiendo de ustedes. Por supuesto, un poco de carne fresca les venía bien. Es lo menos que pueden pagar después de tanta muerte que nos han causado.
  • Esta es mi primera misión científico-militar. —Caroline se entumece— Por favor, no me hagan daño. Recuerdo los cartuchos de metralletas en la represa. Pero no fuimos nosotros. No sé quién ha venido a atacarlos antes. Yo vengo a recabar evidencias para poder sintetizar una cura.
  • ¿Cura, para qué? – pregunta Materri mientras toca con la punta de la espada la piel de la mejilla derecha de Caroline.
  • ¡Para la malaria radioactiva, para la malaria radioactiva, lo juro por Dios, esa es mi misión! —Caroline comienza a gritar cuando Materri reabre con la katana una de las heridas producidas por las estillas de carbono del casco AR. — ¡Aaaah, para por favor! ¡No, por favor, no sigas, les juro que es todo lo que sé! No tengo necesidad de mentirles.

Kamale detiene a Materri.

Los pemones discuten un momento en su idioma, luego, Materri sale de la habitación, no sin antes pronunciar:

  • No mereces la piedad de mi hermano. La mía no la tendrás nunca, ¡maldita perra infeliz!

La abundante sangre brotada de la cara de Caroline mancha la almohada blanca. Kamale le acerca al rostro el pañuelo impregnado con el líquido rosado.

Caroline vuelve a desmayarse.

 

 

Cuando despierta ya es de noche. Una pequeña lámpara de aceite ilumina débilmente la cama y la mesita contigua.

Ya no se encuentra atada. Las sábanas y la almohada han sido reemplazadas por unas limpias, también de color blanco. Se toca con cuidado el rostro. Siente cuatro puntos de sutura en su mejilla derecha junto con los raspones producidos por la fibra de carbono.

Caroline se sienta sobre la cama y observa con calma alrededor. Al quitarse la sábana se ve a sí misma vestida solo con una franela vieja de color azul y su ropa interior deportiva. Las heridas de su pierna han sido suturadas y desinfectadas. Están cicatrizando bien.

Caroline bebe un vaso de agua y otro de jugo de lechosa, dejados en la mesita para ella, junto a una nota que reza: «no te consideramos una amenaza, por ahora».

  • Toma la lámpara y ve al baño —la voz de Kamale (está sentado, en la sombra, al lado de la puerta en una silla oxidada) sorprende a Caroline— necesitas asearte, te he preparado una bañera con agua tibia. Allí —señala la mesita— tienes jabón, un cepillo de dientes y una toalla. Al lado de la cama tienes un palo para que lo uses de bastón. Camina con cuidado, llevas tres días en cama.

Caroline se levanta lentamente, toma el bastón y recoge los utensilios de la mesita. Cuando Kamale se levanta para retirarse, ella le dice amablemente:

  • Espera, por favor. Aún no sé qué está pasando, no sé si estoy infectada y mucho menos no sé cómo ustedes no están enfermos. ¿Cómo es posible?
  • Tranquila, ya tendremos tiempo para conversar, después del baño ven afuera a cenar con nosotros. Comida de verdad: arepa con picure frito. Necesitas comer, apenas hemos podido darte del líquido horrible ese que traías en tu traje.
  •  

Caroline respira aliviada. Camina poco a poco, apoyada en el bastón, hasta un tanque (ancho, de unos mil litros) que está en un pequeño baño contiguo al cuarto en donde ella estuvo inconsciente durante tres días.

 

La pesadilla inmediata ha terminado. ¿Inmunidad, enfermedad, seguridad? Son preguntas a responder mañana… u otro día.

 

Caroline se mete desnuda en el pipote lleno de agua tibia. Se recuesta de una de las paredes del bidón, se sostiene del borde con ambos brazos a cada lado, se sumerge durante un par de segundos para mojar bien su maltratado cabello rizado y se levanta hasta que el agua le queda a la altura de su barbilla.

 

La sonrisa relajada de Caroline es un poema.

 

Desde una rendija en la pared, los ojos negros y brillantes de Materri la observan sin perder detalle.

 

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Continuará…

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Síntesis biográfica de Emiliano Olivares

19 de abril de 1984

Estudios en Biología Marina en la Universidad de Oriente Núcleo Nueva Esparta. Productor audiovisual y documentalista. Miembro desde el año 2013 del circuito de artesanos (especialista en taparo) de la Fundación Empresas Polar. Actualmente trabaja como acuicultor y redactor de artículos científicos y literarios para internet.

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