EL VÉSPERO
CECILIO ACOSTA
POEMA / VENEZUELA
El flamígero carro
Que en ejes lude en que restalla el fuego,
Y con vivo esplendor al orbe inunda,
Bajo cual rey el sol, y cuando luego,
Entre torrentes de su luz fecunda,
El áureo curso acaba,
Aún le quedan reflejos,
Morir queriendo con real decoro,
Para lucir de lejos
Y pintar cada varia, nívea nube,
Cuya belleza así realza y sube,
Con franjas de carmín y rosas de oro;
Hasta que al cabo en el supremo instante,
Ya vestido de púrpura esplendente,
Despídese el gigante
Y en el mar se sepulta de Occidente.
No hay ya en el horizonte
El variado matiz ni el colorido
Con que dora la luz el arduo monte;
Sólo pálidas quedan blancas huellas
De un fulgor que ya es ido,
Y con silencio santo
Se extiende luego el azulado manto,
Descubridor del mundo y las estrellas.
Este casto color que nadie nombra,
Por lo indeciso y vago,
Sino con formas de expresión distintas,
La ausencia muestra de vivaces tintas,
La lucha de la luz y de la sombra.
Baja la calma al suelo,
En lo alto reina la tranquila tarde;
Y en el azul del cielo,
Cual diamante engastado, Venus arde.
¡Oh véspero inmortal! ¿Quién confidente
De secretos te hizo
Y amorosas querellas,
Sagrada para ti la menor de ellas?
Si acaso llama ardiente
De afecto bien sentido y mal pagado,
El ambicioso corazón calcina,
Tú arrancas al dolor la aguda espina,
Derramas miel en la doliente alma,
Y con callada voz que habla de lejos,
Envías tus consejos
Y restituyes la perdida calma.
¡Qué de veces también logré la mía
Contigo hablando!… Enfurecido el viento,
Sin velamen, sin jarcias y aun sin rumbo
La nave en medio del fragor crujía,
Yendo de tumbo en tumbo,
Y negra noche y negras brumas solas
Eran fúnebre palio de las olas
En el piélago inmenso: tal la imagen,
Tal fue el horrible temporal desecho
Que una vez contrastó mi flébil pecho.
Y así de triste estaba,
Tanta era mi amargura,
Que alzando el ruego a la sublime altura,
Transido de dolor, por paz clamaba.
Y la hallé al fin en tu benigno influjo
Y en los suaves destellos de tu disco,
Que semeja en su luz a toda hora
La mirada de un ángel cuando adora.
Te vi tranquilo en el confín remoto,
Después de cien borrascas siempre inmoto,
Y al notar tu valor y paz serena,
Disiparse sentí mi amarga pena.
No me olvides jamás, astro divino,
Sé propicio a mi suerte;
Y cuando venga el viento airado, fuerte,
A torcer en los mares mi camino,
Sé el piloto en mi rumbo y mi destino.
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