«Malaria», novela de Emiliano Olivares (Cap. 1)

MALARIA DE EMILIANO OLIVARES CENTENO (Cap. 1)

Venezuela

MALARIA

Capítulo 1: El primer sacrificio

Emiliano Olivares
Malaria, Capítulo 1. Ilustración: Yesenia Centeno

CAPÍTULO 1: El primer sacrificio

8 de septiembre de 2025. 10:42 hrs.

La fecha y la hora aparecen en el casco de AR de Caroline, quien se encuentra refugiada adentro de un pequeño baño de oficina (4×3 metros), iluminado apenas por cuatro tubos fluorescentes que ella colocó en las esquinas del recinto y algo de luz natural que entra a través de unas ventanillas en la pared posterior (frente a la puerta). Dentro del baño hay tres cubículos metálicos con pocetas.

Caroline sostiene el cuerpo debilitado de Hans, un antiguo marine de la armada estadounidense encargado de protegerla quien también fue su instructor de karate, kobudo y espadas japonesas.

El casco de fibra de carbono del traje protector Hans está completamente roto, sus ojos azules están enrojecidos, llenos de sangre, se le ve la tez blanca llena de minúsculos puntos negros y una marca circular llena de pus en la mejilla derecha. Ella usa el bolso de Hans a modo de almohada para recostarle la cabeza, mientras el resto del cuerpo del hombre de edad mediana permanece horizontal sobre el suelo. Las baldosas son blancas, están manchadas de sangre vieja y moho. Hay tres cubículos con pocetas; se nota que no han sido utilizadas en mucho tiempo.

  • Caroline… yo… – dice con dificultad Hans.
  • Descanse, maestro, descanse, no gaste energías hablando – le indica su discípula con un rostro de evidente preocupación.
  • Esto lo hablamos… debes continuar tú sola.
  • No voy a dejarlo aquí para que muera, jamás lo dejaré atrás.
  • No seas tonta, yo ya estoy muerto de antemano.
  • ¡No se rinda, no se rinda, no me deje sola!
  • ¡Es una orden, coño! No es una pregunta, es una orden – Hans levanta la voz, el esfuerzo le produce horcadas. Caroline lo ayuda a sentarse.
  • Maestro quédese tranq… – la adolescente es interrumpida cuando Hans tose y salpica sangre en su casco.

Caroline busca unas toallitas húmedas en su mochila, limpia el rostro de su maestro y los trajes salpicados de ambos. Luego, presiona un botón en la parte externa del cuello del traje de Hans y dice “agua”, inmediatamente aparece una pajilla desde el interior de la vestimenta hasta la boca del hombre de 54 años con cabello blanco corto estilo militar, nariz larga y perfilada y rostro sobrio de mandíbula cuadrada. Bebe copiosamente durante unos seis segundos.

Los ojos color miel dejan caer un par de lágrimas sobre las mejillas morenas de Caroline.

  • No llores, no tengas miedo… yo no tengo miedo… estoy listo. Pero tú debes seguir. – dice Hans con rostro relajado y sonriente, tratando de calmar a Caroline.
  • Maestro, usted es todo lo que me queda en el mundo, no puedo perderlo – solloza Caroline desconsolada.

Hans cierra sus ojos, recuesta su cabeza sobre la mochila y comienza a relatar: «recuerdo cuando llegaste a mi dojo por primera vez con siete años, parecías una florecita delicada. Siempre sonriente. No eras la más fuerte, pero sí la más valiente. No importaba que te sentaran de un golpe, volvías a levantarte. No importaba que tus oponentes fuesen más grandes y te vencieran, tú nunca huiste de una pelea. Cumpliste todas las cintas con determinación. Estoy muy orgulloso de que tú hayas sido mi discípula más constante.»

El rostro de Hans muestra una pequeña sonrisa mientras recuerda sus días de enseñanza:

Después de servir en Afganistán, no sabía qué hacer con mi vida. Cuando instalé el dojo y tú llegaste, fue un renacer para mí. Más que una alumna, has sido mi amiga incondicional… ¡aunque no perdono a mi sobrino por quererse burlar de mí! – Hans se ríe, pero su carcajada es interrumpida por más tos con sangre.

            Caroline lo vuelve a limpiar. – Maestro, usted no cambia, ni siquiera en estos momentos puede olvidarse de mis besos con Bruno, es más, le doy mi palabra: no pasó nada grave, todavía soy virgen.

  • Pero mis ojos aún se sienten violados, ja, ja, ja, ja.

Ambos ríen un rato. Al cabo de unos segundos, el rostro de Hans se pone serio.

  • Les prometí a tus padres que me haría cargo de ti. Mis celos están justificados. Me cuesta mucho no estarte vigilando todo el tiempo. A decir verdad, eres la hija que nunca tuve… eres mi… mayor… eres mi… Caroline…

Hans se va quedando dormido.

Ella suspira y se sienta con la espalda apoyada en la pared de un cubículo. Presiona un botón cerca de la base del casco de su traje y dice “panel de control”; coloca la palma de su mano izquierda hacia arriba, desde una pequeña luz en su muñeca se proyecta un holograma que contiene unas carpetas con archivos, abre “música” y busca entre sus listas de reproducción. Dentro de su casco comienza a escucharse el disco The Dark Side of the Moon de Pink Floyd.

Caroline se queda dormida.

 

¿Es un sueño… o un recuerdo?

Caroline escucha su propia respiración desesperada.

Mientras suena la canción A Giant Gig in the Sky, Caroline se ve corriendo (lleva un short negro y franela deportiva amarilla) dentro del campus de su alma máter, la Universidad de Gainesville, FL, en medio de una ola de gente huyendo de algo que no se ve, se escuchan gritos, disparos, explosiones.

Caroline se tropieza y cae. Hans aparece frente a ella para levantarla y seguir corriendo mientras le grita – ¡Ha comenzado! Aquí, en los sagrados Estados Unidos de América, donde nadie creía que podía llegar. Malditos científicos de mierda, los curanderos de Tanzania seguro pueden hacerlo mejor.

Unos minutos después, cuando van pasando frente al edificio de la biblioteca, Caroline ve como algunas personas se lanzan aterrorizadas desde los primeros pisos, cayendo lesionados, pero igual no dejan de moverse para escapar. De pronto en una ventana aparece un rostro familiar, es una joven asiática que está a punto de saltar desde la azotea, sobre el quinto piso.

¡Kai, noooooooo! – El grito de Caroline no impide que su amiga se lance y caiga pesadamente sobre el césped del jardín de la biblioteca.

            Caroline trata de volver, pero Hans la hala para que no detenga su carrera – Déjala, seguro está huyendo de ellos, ya no puedes hacer nada. – Ella voltea a ver unos segundos después. Apenas distingue a unas figuras humanas que se abalanzan sobre el cuerpo de Kai.

 

  • ¡Hazlo ahora, por favor!

Caroline despierta. Lo primero que ve es el mango de la espada samurái de Hans, ofrecido por él mismo, arrodillado frente a ella.

  • Debes matarme, puedo sentirlo.
  • Maestro, ¡no puede pedirme esto!
  • Caroline, no te lo estoy pidiendo, ¡es una orden! La misión es más importante que

Antes de que pueda terminar la frase, Hans comienza a toser más sangre y a retorcerse de dolor, arrastrándose por las baldosas blancas del suelo mientras grita frases inentendibles.

Caroline sostiene el sable envainado de su maestro, sentada sobre sus tobillos, temblando, llorando. – No estoy preparada para esto, no estoy preparada para esto, no estoy… – la adolescente se repite en voz baja moviendo su cuerpo hacia adelante y hacia atrás.

Hans toma desde el suelo el mango de la espada con sus dos manos, él apenas puede controlar sus movimientos porque los espasmos musculares que está sufriendo son muy dolorosos. – ¡Saca la espada, mátame! Recuerda la misión Caroline, recuerda que debes completar la misión cueste lo que cueste.

Ella levanta la mirada hacia el techo con sus ojos perdidos en busca de una respuesta.

27 de agosto de 2025. 19:52 hrs. Buque “Shark IV” de la marina estadounidense. Océano Atlántico, 20 millas al este de la isla de Tobago.

Salón de reuniones.

El Dr. James Mac Adams comandaba una expedición científica-militar encargada de diseñar una nueva estrategia para contener la malaria radioactiva. Era un señor escocés septuagenario de casi dos metros de estatura, delgado, de tez blanca, con pecas grandes visibles en su rostro, barba blanca y escaso pelo canoso; siempre vestía muy elegante, con zapatos negros lustrados, pantalón y traje a la medida color blanco, camisa rosada y corbata roja carmesí; debajo de sus cejas muy pobladas, usualmente llevaba lentes con polarización gris que apenas dejaban ver sus ojos azules.

En el salón de reuniones están reunidos el Dr. Mac Adams junto a tres militares de alto rango sentados en una mesa ovalada de unos 4 metros de largo; en el fondo del aula, con el rostro visible gracias a la luz de su ordenador, Julius, el asistente del doctor. A su lado, Caroline y Hans observan de pie en silencio.

El Teniente Joaquín Cruz, un militar estadounidense gordo de ascendencia latina, se levanta para reportar los detalles de su último informe:

Tras un semestre de entretenimiento físico y psicológico continuo, consideramos que el sujeto seleccionado puede asumir junto con su protector, el Capitán retirado Hans Markakis, la ejecución de la misión Roraima para conseguir al paciente cero y diseñar una cura que nos proteja a todos. Además, en las evaluaciones de desempeño científico ha obtenido la máxima calificación posible, por lo tanto, mi recomendación es 100 % positiva en cuanto a las capacidades de la Sargento: Caroline Antonieta Andrews Granadillo.

  • Bueno, bueno, bueno – afirma con sorna Mac Adams, mientras frota su barbilla con la mano izquierda – ¿Bastante bien, no creen? Sin embargo, que a nadie le quede dudas de que solo la edad me impide hacer esta misión yo mismo. Nadie tiene más conocimientos pertinentes para esta misión que yo… ¡Nadie!

Los demás presentes se miraron los unos a los otros un poco desconcertados. Mac Adams llama a su asistente:

  • ¡Julius!
  • S… si… sí señor doctor – respondió Julius con voz temblorosa mientras se acercó a la mesa con ojos de sumisión y admiración hacia Mac Adams.
  • ¿Cuál es la recomendación del Séptimo Miembro?
  • Doctor, el Séptimo Miembro indica que ahora es el momento ideal para realizar la operación. – Julius muestra a la mesa la información de su pantalla – Es imperativo iniciar cuanto antes.
  • Tengo mis dudas…
  • Con todo respeto, estimado doctor – afirmó Cruz, pero fue rápidamente interrumpido por Mac Adams.
  • ¡Si usted me respeta, no me contradiga, imbécil! En este barco la última palabra es la mía, me importa una mierda lo que diga esa maldita computadora. ¿Está claro!
  • ¡Sí, doctor! – respondieron todos los presentes al unísono, parados firmes haciendo un saludo militar.

Solo Hans mantuvo su postura (con los brazos detrás del cuerpo) y el silencio. Mac Adams se dio cuenta y caminó hasta el fornido ex marine, ambos quedan cara a cara, pues tienen una estatura similar.

  • ¿Y tú quién coño te crees? – Mac Adams se mostró amenazante.
  • Yo no recibo órdenes suyas. Mi misión es proteger a Caroline y nada más – respondió Hans sin inmutarse y sin quitar la mirada al doctor.
  • Ya veremos, ya veremos. Entonces dígale a la Sargento Andrews que me acompañe a la sala de mando junto con su rebelde trasero. Los demás, pueden retirarse.

Mac Adams con Julius muy cerca de él, guio a Caroline y a Hans por los pasillos y escaleras angostas del buque, mientras iba hablando.

  • ¿Cómo no voy a tener dudas de una mocosa adolescente y un cavernícola hormonado para semejante misión? No es posible que no haya más nadie. ¿Estás de acuerdo conmigo Julius?
  • Sí, mi doctor, sí. Nadie como usted, doctor.

Caroline y Hans cruzaron miradas cómplices de burla.

Finalmente llegaron hasta la sala de mando, en donde los esperaba el Capitán Grant Kennedy junto con otros dos oficiales concentrados en sus aparatos de comunicación.

  • Cabo Dost, deme buenas noticias por favor – preguntó Kennedy.
  • Hemos perdido todo contacto con el ejército de Venezuela.
  • Maldición Dost, dije buenas noticias. – Kennedy volteó hacia los recién llegados. – Doctor, como puede ver la situación nunca estuvo clara.
  • Ya me parecía extraño que alguien responda desde una república bananera infectada como esa. – afirmó McAdams. – ahora todo queda en manos de estos dos. – señalando a Caroline y a Hans
  • Doctor – increpó Kennedy – yo no he autorizado ninguna misión.
  • Yo tampoco, pero en dado caso. La decisión es mía.
  • ¡Yo soy el oficial de mayor rango! Este es mi buque, ¡mi buque!
  • Sí, pero igual yo soy quien manda y usted sabe por qué.

Kennedy mostró rostro de rabia y resignación. Hans murmuró en el oído de Caroline:

  • Lo que les falta es pelear a ver quién tiene la manguera más grande.

Caroline esbozó una pequeña sonrisa. No obstante, sus ojos rebosaban confianza. Ella se sentía muy segura de sus capacidades como científica y siempre pensaba que con Hans a su lado nada ni nadie podía hacerle daño.

  • Voy a pensarlo un rato. Antes de la medianoche les haré saber mi decisión, pueden retirarse a sus habitaciones. – afirmó Mac Adams mientras abandonaba la sala de mando seguido de cerca por Julius.

Caroline y Hans se quedaron un momento, contemplando a través de los paneles de cristal la lluvia que caía sobre el mar nocturno. Los oficiales prosiguieron su búsqueda utópica de señales digitales o analógicas con sus equipos de comunicación.

Justo cuando Hans y Caroline iban saliendo, Kennedy tomó a Caroline de su mano izquierda y le dijo:

  • No es justo tanta responsabilidad en una niña. Mi hija tendría tu edad… Obviamente, por más que el doctor demente trate de darle vueltas, no existe otra opción. Debes ir.

Caroline se conmovió ante el gesto del Capitán, cuya fama de militar desalmado y autoritario le precedía. Luego, Kennedy estrechó la mano de Hans, se quitó la Medalla de Honor del Congreso estadounidense de su indumentaria (repleta de estrellas y condecoraciones) y se la colocó a Caroline en su uniforme, a la altura del pecho. Acto seguido se paró firme ante ambos.

  • Capitán Markakis, Sargento Andrews, son la última esperanza de la humanidad… ¡Atención!

Los otros oficiales en un segundo dejaron sus equipos y se pararon firmes. Ellos, junto a su capitán, gritaron al unísono:

  • ¡Honor a quien honor merece!

Hans y Caroline devolvieron el saludo militar, luego, tras unos cinco segundos, se retiraron.

28 de agosto de 2025. 03:04 hrs.

Hans y Caroline caminaban rápidamente hacia un mini submarino ubicado al borde (estribor) de la cubierta del buque militar, sostenido por una grúa. La lluvia y el oleaje estaban muy fuertes, por ello, ambos se desplazaban con dificultad y llevaban impermeables sobre sus uniformes.

Con gran esfuerzo y ayudados por el personal militar del buque, maestro y discípula lograron introducirse dentro del bólido acuático de silueta ovoide.

Antes de cerrar la exclusa de entrada, el Dr. Mac Adams les dijo:

  • Sargento Andrews, recuerda usarlo en todo momento para corroborar tus coordenadas – mientras se señaló un reloj de oro viejo que él portaba, en referencia al reloj inteligente que Caroline llevaba en su muñeca izquierda.

Recuerden, son la última esperanza de la humanidad.

La grúa soltó al mini submarino en el agua. Tardó pocos segundos en sumergirse bajo el mar picado.

En el interior, Hans se sentó en la cabina de mando, la cual, era una esfera de 3 metros de diámetro cuyas paredes son monitores de realidad aumentada que le dan una visión completa alrededor de la embarcación. A excepción de la palanca de propulsión y el timón, todos los controles funcionaban en el monitor táctil, que mostraba lecturas de temperatura, velocidad de las corrientes, coordenadas, ubicación…

Al lado de la cabina, Caroline fijaba en otra pantalla el curso exacto a seguir.

  • Entraremos por el delta del Río Orinoco. Después de pasar San Félix ingresaremos en el Río Caroní hasta la Represa Simón Bolívar. La barrera física nos impide seguir navegando hacia el sur. De allí tendremos que caminar más de 400 Km. hasta el Roraima.
  • ¿Cargaste los datos en nuestros trajes ABI?
  • Sí, maestro. También están listos en nuestros relojes inteligentes y en todos los dispositivos móviles de nuestras mochilas. De acuerdo con mis lecturas, es muy probable que encontremos múltiples escombros de… – Caroline hace una pausa para ampliar la imagen cerca de la desembocadura del río Caroní en el río Orinoco – las construcciones fallidas de las represas Macagua… Caruachi… y Tocama (las pronuncia torpemente). Es probable que necesitemos usar tracción terrestre para sortear esas partes del río.
  • Tardaremos al menos una semana en llegar hasta el embalse del Gurí.
  • Mantendremos todo según lo establecido.
  • Sí, tomaremos turnos de ocho horas en la cabina de navegación mientras el otro duerme, comeremos en cada cambio de turno… dejaremos este submarino a plena luz del día para protegernos de los infectados.

7 de septiembre de 2025. 10:50 hrs. 1.300 m. al norte de la Represa Simón Bolívar, Venezuela.

Hans y Caroline se colocan sus trajes ABI (all black intelligent) herméticos, luego sus mochilas y, por último, sus cascos. Hans realiza las últimas verificaciones de rutina.

  • ¿Presión?
  •  
  • ¿Filtros de aire?
  • Completamente activos.
  • ¿Comida?
  • Compuesto líquido multinutritivo suficiente para 30 raciones o 10 días.
  • ¿Hidratación?
  • Restaurador de agua e hidrolitos para 15 días.
  • ¿Armas?
  • Maestro, usted cuenta en su mochila con dos pistolas 35 mm. completamente cargadas junto con sus respectivos 15 cartuchos de 25 balas cada uno. Más su rifle de asalto automático AR-42 completamente cargado junto con 10 cartuchos de 75 proyectiles cada uno, 12 granadas y su katana samurái. Yo llevo mi catana, mi pistola 9 mm. con 15 cartuchos de repuesto de 8 balas cada uno, mi ametralladora con 14 cartuchos de repuesto y 12 granadas.
  • ¿Verificaste que tengas todo tu kit de recolección de muestras en orden?
  • Positivo, maestro. Chequeado y en orden.
  • Bien, excelente. Una última cosa: ¿Estás hecha pupú?
  • Honestamente maestro, nunca había estado tan cagada en mi vida. – Afirmó Caroline mostrando una mirada de profunda admiración hacia su maestro porque entendió que él solo estaba tratando de disminuir su tensión.

Hans y Caroline salieron del submarino. Emergieron al lado de los pilares de un puente sobre el río Caroní que forma parte de una carretera que llega hasta la represa. Por unos segundos, ambos contemplaron la maravilla arquitectónica ante ellos, un dique sólido de concreto con una longitud superior a los 7.500 metros. En su sección principal de kilómetro y medio (con nueve turbinas principales), la altura del muro alcanzaba los 180 metros.

En los cascos de Hans y Caroline aparece la lectura:

Cota: 232 m. Temperatura: 35 °C. Humedad: 73%.

Era un día muy soleado, aunque algunas nubes oscuras eran apreciables sobre el horizonte. Caroline utilizó el holograma del panel de control de su muñeca para mandarle instrucciones al submarino, «Sumergir. Hibernar. Camuflaje». El mini submarino bajó hasta el fondo del río (pocos metros) y su cubierta se mimetizó por completo con su entorno.

Al ser sus trajes completamente sellados, la comunicación entre ambos es por intercomunicador de onda corta.

  • Primero debemos recoger muestras del agua de la represa y sus alrededores. Seguro conseguiremos indicativos interesantes. – dice Caroline mostrando cierto entusiasmo.
  • Muchacha loca… ¿interesante? ¿Cómo interesante, el agua tóxica, el barro y este mierdero te van a ayudar a fabricar una cura? Debemos es conseguir a algunos infectados y llevarnos sus brazos o sus hígados o algo así.
  • Maestro, usted ocúpese de su matanza innecesaria, yo voy con mi ciencia para nerds.
  • Sí, pendeja, “matanza innecesaria” – refunfuñó Hans haciendo la señal de las comillas con sus manos.

Hans y Caroline comenzaron a caminar cerca de la ribera (oeste) enlodada del río en medio de un paisaje desolador, casi sin vegetación. Los cascos de AR de ambos mostraron la temperatura externa (42 °C) y les advirtieron de cualquier movimiento, en este caso de algunos zamuros que vuelan muy alto sobre ellos.

Caroline describió sus impresiones:

  • Por la vegetación casi inexistente, la temperatura, el lodo abundante y las marcas del terreno erosionado… aquí han ocurrido inundaciones con frecuencia.
  • Pero las esclusas de la represa se mantienen abiertas. – Hans señala la pared del embalse. – No debería haber semejantes inundaciones.
  • Las esclusas de esta represa están así desde hace mucho tiempo. Para la gente que mandaba aquí, la electricidad ya no era tan importante como el oro. El calentamiento global ha subido el nivel de los mares y el clima está más extremo. Creo que en este momento estamos en un período ultra lluvioso.
  • Y el doctor demente dudaba de tu capacidad y tus conocimientos.

Caroline devolvió una sonrisa nerviosa. Nunca ha sabido cómo manejar los elogios. A unos 80 metros del muro de la represa, sacó de uno de sus bolsillos un gotero, un mini nucleador y unas pinzas; se puso en cuclillas para recoger muestras de agua y sedimentos.

Hans permaneció de pie a su lado, con cara de fastidio. Contemplando en una colina del otro lado del río lo que solía ser el patio de distribución de la central eléctrica, compuesto por una serie de torres de alta tensión.

  • Función traje: Bebida – entonces, un pitillo apareció por dentro del casco de Hans con el líquido. – Esto debería ser cervez…

¡SWHOOOH!

Una sombra apareció sobre Hans y Caroline, sus cascos de AR les advirtieron el peligro. Cuando lograron distinguir de qué se trataba, vieron un águila arpía que pasó muy cerca de ellos y se posó en la cima de una torre de alta tensión.

Hans, enfurecido, tomó su rifle y apuntó al ave.

Caroline exclamó alarmada, sentada por la sorpresa sobre el barro:

  • ¡Esa no es un ave común! Las águilas arpías tienen un máximo de 2 metros de envergadura. ¡Esa tiene el doble!
  • Tiene los ojos sangrantes, enfoca. – indicó Hans, sin dejar de apuntar.
  • Función AR: lente, aumentar. – dijo Caroline mientras tocó su casco. Al cabo de unos segundos, ella tiene una imagen nítida en primer plano de la cabeza de la rapaz. – ¿Qué es esto, los animales de aquí están contagiados?
  • Y ese es el menor de nuestros problemas…

Hans levantó la cabeza. El águila retomó su vuelo. Entonces Caroline entendió la situación; la mitad del cielo se nubló en cuestión de pocos minutos (ellos no se habían percatado). Todo se estaba oscureciendo rápidamente.

  • Debemos refugiarnos lo antes posible. – Hans instó a Caroline a correr hacia el muro de la represa. – Debemos ingresar a las instalaciones.
  • Función: enciclopedia. Computadora, ¿cuál es el mejor refugio disponible dentro de esta estructura?

Una voz digitalizada respondió desde el interior de los trajes de ambos mientras el software de realidad aumentada señalaba los puntos descritos:

Deben atravesar el estacionamiento, de allí pasen por la Plaza del Sol y de la Luna, en su fuente encontrarán una escalera de concreto que los llevará hasta la entrada del complejo de turbinas (el monitor les resaltó una construcción de vigas metálicas y techo de cristal). De allí deben subir por las escaleras auxiliares y luego ingresar a la sala de máquinas.

  • ¿Copiado Caroline? ¡Vamos! – Indicó Hans.

Pero antes de llegar a la plaza comenzó a llover de una manera tan copiosa, que apenas tenían unos 8 metros de visibilidad. Adicionalmente, el agua y el barro que cubría el suelo de cemento de la plaza les entorpecían sus pasos. Hans y Caroline aumentaron el volumen de sus intercomunicadores porque el ruido era aturdidor. Avanzaron poco a poco, tomados de la mano.

Los cascos AR indicaban constantemente picos eléctricos cuando caía un rayo cerca. A pesar de no estar funcionando, las torres de alta tensión del patio de distribución y alrededor de la presa atraían bastante a los rayos.

  • Tanta electricidad en el aire está afectando los sensores de mi casco. – Dijo Caroline – cada vez que cae un relámpago me aparecen breves lecturas de alertas, muchísimos… puntos rojos.
  • El muro de la represa está a pocos metros, mi casco tampoco funciona bi… ¡Aaaahhh!

Hans soltó la mano de Caroline, cuando ella voltea solo vio a su sensei arrastrado por el barro por una sombra hasta que se perdió entre la lluvia.

  • ¡Maestro, maestro!

Por unos segundos Caroline quedó paralizada, escuchando solo el sonido de la lluvia y su propia respiración acelerada.

¡KABAM!

Un rayo. Por un par de segundos los sensores del casco AR de Caroline le mostraron los puntos rojos.

  • ¡Función AR: ¡fijar amenaza, contar!

Los puntos rojos dentro del monitor del casco de Caroline se convirtieron en triángulos. El lector AR mostró «51 posibles amenazas».

  • ¡Función: medir distancia a la amenaza!

¡KABAM!

Otro rayo, Los triángulos aparecieron más cerca. «64 posibles amenazas, distancia mínima 45 metros».

Tres segundos después ¡KABAM!

Otro rayo, «73 posibles amenazas, distancia mínima 26 metros».

  • ¡Toma tu ametralladora y dispara a cualquier mierda que se mueva! – Grita Hans por el intercomunicador.
  • ¿Qué son esas cosas!
  • Seguro no son amigos tuyos. ¡Mata a esos motherfuckers!

Caroline tomó su ametralladora. Chack-kack, destrabó el seguro.

Apareció una sombra entre la cortina de agua… TRA-TATRATATÁ

Caroline disparó una ráfaga, una figura humanoide cayó varios pasos más adelante y se perdió arrastrada en el barro.

Dos sombras, otra ráfaga, dos caídos…

Otra sombra, otra ráfaga…

  • ¡Estúpida! Soy yo – le dijo Hans por el intercomunicador – menos mal que este traje es a prueba de balas. Mierda, me diste en el casco y en el hombro, igual duele muchísimo.

¡KABAM!

Otro rayo. «81 amenazas detectadas. Distancia mínima 0 metros»

Caroline se paralizó «Están detrás de mí»

Caroline sintió como fue tomada por varias manos y brazos. Dejó caer su ametralladora. Fue arrastrada varios metros por el barro boca arriba. Cuando se detuvieron, ella vio cómo varios humanoides se abalanzan sobre ella e intentaron morderla, aunque su traje protector resistió. Uno de ellos quedó frente a frente, gritando, separados solo por el casco AR de Caroline.

El ¿humano? parecía ser de origen asiático, con los ojos rojos llenos de sangre, ropa desaliñada y podrida, la piel llena de puntos rojos y negros.

  • Son caníbales, son caníbales – gritó Hans por el intercomunicador – mátalos o ellos te matarán a ti.

Pero los caníbales se fueron apilando unos sobre otros encima de Caroline, aplastándola. La presión comenzó a sofocarla. De pronto, escuchó varias ráfagas de disparos y los caníbales dejaron de moverse.

  • Creo que perdiste esto. – Hans le ofreció la ametralladora a Caroline mientras la ayudó a levantarse entre la montaña de cuerpos putrefactos.
  • Maestro, gracias.
  • Mi misión es protegerte usando toda esta «matanza innecesaria». – Hans hizo de nuevo el gesto de las comillas con una de sus manos. – Ahora, ¡espalda con espalda! Avancemos hacia el dique.

Hans y Caroline caminaron lentamente hacia la ruta que les indicaba su casco AR, mientras disparaban ráfagas con sus armas automáticas a cualquier sombra que se les acercaba.

Al alcanzar la fuente de la Plaza del Sol y de la Luna, Caroline y Hans ascendieron lentamente por una escalera de concreto con unos 45 ° de inclinación mientras debían disparar a los caníbales que no dejaban de llegar desde abajo y lanzados desde arriba. La cortina de agua no cesaba.

Les tomó unos 4 minutos llegar hasta la parte alta. De pronto, dejó de llover, aunque el cielo seguía bastante nublado. Sin embargo, cuando Hans y Caroline caminaron dentro de la recepción del complejo hidroeléctrico, ya no se veían más caníbales en movimiento, solo el montón de cuerpos ejecutados por ellos.

  • Las balas que me disparaste han dañado los sensores de mi casco – dijo Hans mientras subían por una escalera de metal auxiliar.

Al final de la escalera, encontraron una puerta lateral enclavada en el muro de concreto del dique de la represa. Una vez adentro, Hans fue guiando a Caroline a través de unos pasillos angostos, hasta llegar a unas escaleras de metal que conducían a los niveles superiores, también con pisos hechos con rejas de hierro y barandas de tubos. En este punto, todo estaba oscuro, Hans encendió las luces de su traje que proyectaban haces de luz desde la base de su casco.

  • Función: visión infrarroja. – Indicó Caroline mientras tapeaba un par de veces su casco, entonces el cristal se tornó de color rojo. – No hay señales de amenazas.

Hans le hizo señas para pasar a otro salón. Ambos empuñaban sus ametralladoras.

Con precaución ingresaron al recinto contiguo. A continuación, Hans sacó una bengala de uno de los bolsillos de su pantalón. Al encenderla apreciaron un salón enorme, de unos 10 metros de alto, 8 metros de ancho y 25 metros de largo, con varias mesas de aparatos en su eje central; sus paredes tenían un diseño de pintura cinética que creaba ilusiones ópticas, allí vieron restos de sangre vieja con algunas cucarachas y ciempiés enormes que se alimentaban de restos de carne podrida, llenos de larvas de moscas.

Al ver la escena, Caroline casi vomitó.

  • Esta debe ser la sala de máquinas. – afirmó Hans en voz baja.

En cuanto tuvo un ciempiés al alcance, Caroline se guindó la ametralladora en su bolso, desenvainó su katana samurái, clavó al anélido contra el suelo, recogió uno de sus segmentos y lo metió en una cápsula de Petri que contenía gel de preservación biológica.

  • Primero debemos asegurar el edificio ¡después recoges tus malditas muestras! – susurró Hans, visiblemente molesto.

Cuando Caroline estaba guardando la cápsula en uno de sus bolsillos, su casco comenzó a titilar, lleno de triángulos rojos. Al segundo siguiente…

  • ¡Caroline!

Tres caníbales enormes, de unos 2 metros y medio de estatura, aparecieron corriendo y arrastraron a Hans hasta una puerta lateral del salón. Las luces del traje de Hans se apagaron. Todo el lugar quedó completamente oscuro, solo se distinguía la luz rojiza dentro del casco de Caroline.

¡Iiiiiiiiiiaaaaeh! Los chillidos espeluznantes de los caníbales llenaban la oscuridad.

  • ¡Mierda, mierda! Caroline, ¡mátalos! – se escuchaba por el intercomunicador. – Estoy cayendo. – gritaba Hans desesperado.

Caroline oyó como su maestro caía por otras escaleras contiguas al salón en donde ella estaba en estado de pánico, paralizada. La adolescente era incapaz de dar un paso, solo volteaba compulsivamente de un lado a otro.

  • ¡Reacciona o morirás! – gritó Hans.

Caroline disparó a los caníbales que fueron apareciendo desde todas las direcciones, esta vez eran más altos y más fuertes, por lo que necesitó varios disparos para derribarlos. Ella los distinguía como grandes sombras rojas en el visor de su casco AR. Por el intercomunicador seguía escuchando a Hans gritando desesperado.

Con su espada en su mano derecha y la ametralladora en su mano izquierda, Caroline bajó corriendo por las escaleras hasta el nivel más bajo del complejo.

  • ¡Maestro, maestro!

Los caníbales continuaron apareciendo, Caroline les disparó sin piedad. Aquellos que caían cerca de ella, los mataba con su espada.

  • El depósito. – A Hans apenas se le entendió, pues estaba luchando contra algo.
  • Función: rastreo. – El casco AR de Caroline señaló con una flecha que Hans se encontraba en un salón contiguo. – Ya voy maestro, ya voy.

Cuando entró al depósito oscuro, Caroline observó (con su visión infrarroja) a Hans siendo golpeado salvajemente por dos caníbales de unos 2,80 metros de estatura.

¡TATATATATATATATATATATATATATATATA, ¡Clic!…

Caroline les descargó todas las balas de su ametralladora. Los proyectiles se observaban clavados en la piel de los monstruos.

  • Tu espada, tu espada. – le dijo Hans desde el suelo.

Los caníbales se abalanzaron sobre Caroline, quien dejó caer su ametralladora para empuñar su katana con ambas manos. Ella retrocedió mientras fue haciendo cortes en los brazos de sus oponentes hasta que tropezó con varios bidones de combustible, atrapada en una de las esquinas del depósito.

Uno de los caníbales le lanzó un golpe a la cabeza, Caroline lo esquivó, el puño del monstruo atravesó la pared y quedó atorado; Caroline aprovechó para (con gran esfuerzo) clavar su espada en el corazón del caníbal, que gritó durante un par de segundos hasta que quedó inmóvil.

Pero el otro caníbal tomó a Caroline de un brazo y la lanzó contra una de las paredes. La espada se quedó clavada en el pecho del otro caníbal que cayó pesadamente al suelo. Ella reacciona y se pone en posición de combate. Cuando el caníbal se acerca, ella le conectó múltiples golpes y patadas circulares.

El caníbal ni siquiera sintió los ataques. Empujó a Caroline con una mano, ella chocó con una puerta que se abrió… cayó dentro de un baño que estaba ligeramente iluminado por la claridad que entraba desde sus pequeñas ventanas en la parte superior de la pared posterior.

El caníbal se asomó a la puerta del baño, Caroline tomó una de sus pistolas de su cinturón, justo después de destrabar el seguro, vio cómo el monstruo cayó de rodillas y luego, al suelo de baldosas blancas, decapitado. Detrás de él, Hans con su espada.

  • Rápido, ayúdame a sacarlo de aquí – indicó Hans mientras tomaba una pierna.

Caroline tomó la otra pierna y arrastraron al caníbal hasta la entrada del depósito que en ese momento recibía algo de claridad desde el baño.

Luego, escucharon los gritos y las pisadas de una horda de caníbales que corrían hacia donde estaban ellos. Caroline tomó un bidón de gasolina, lo lanzó fuera del depósito, arrojó un par de granadas, cerró la puerta y se quedó empujando para sostenerla.

POOWN

La explosión hizo vibrar todo el depósito.

  • Tranquemos esta mierda. – Afirmó Hans mientras tiró unos estantes en la puerta del depósito.

Caroline ayudó consiguiendo escombros y apilándolos junto a la entrada. En el trajín aprovechó para recuperar su espada que estaba clavada en el pecho de uno de los caníbales. Justo después escuchó como Hans cayó en el suelo del baño.

Ella tomó una tabla, entró al sanitario y con la tabla reforzó la puerta trancada desde adentro. Caroline se percató entonces de que el casco de Hans estaba completamente roto.

  • ¡Maestro! ¿Cómo es posible?
  • Supongo que el balazo que me diste debilitó la integridad del casco, después estos malditos hicieron el resto a golpes.

Hans tenía la boca toda ensangrentada. Su rostro, lleno de hematomas mostraba una picada color negro en su mejilla.

  • Maldición, ¡maldición, no puede ser! – Dijo Caroline con preocupación.
  • Debemos pasar la noche aquí. – Afirmó Hans con los dientes apretados por el frío… ya le estaba dando fiebre.

8 de septiembre de 2025. 17:31 hrs.

De vuelta al presente, Caroline se encuentra arrodillada frente a Hans, con la katana de su maestro desenvainada. Hans no para de retorcerse en el suelo. Gritando de dolor por los espasmos musculares.

Desde el baño se escucha como los caníbales están golpeando la puerta del depósito, tratando de entrar.

El casco AR de Caroline no para de titilar, ahora señala a Hans con un triángulo rojo. «1 amenaza detectada, distancia mínima 0,4 metros». Ella no deja de llorar, desesperada comienza a rezar. Aunque nunca se congregó en alguna iglesia, siempre se consideró a sí misma como una persona muy espiritual.

Mientras va pronunciando su oración con los ojos cerrados, ella va recordando vivencias de su pasado a modo de flashbacks.

Padre nuestro – su padre, un moreno alto de cuerpo grueso, sonriendo.

Que estás en los cielos – su madre, una mujer blanca pequeña, un poco gorda, con cara de preocupación.

Santificado sea tu nombre – Caroline viendo imágenes en un televisor de la guerra contra el Nuevo Estado Islámico en Siria.

Venga a nosotros tu reino – Imágenes de manifestaciones ecologistas en contra del calentamiento global.

Hágase tu voluntad – protozoos Plasmodium vistos desde un microscopio invadiendo células de plasma y glóbulos rojos humanos.

En la tierra – imágenes del Arco Minero de Venezuela.

Como en el cielo – pilas de cadáveres de personas muertas con la piel llena de puntos negros por la malaria radioactiva.

Danos hoy – imágenes de los incendios en la Amazonía.

Nuestro pan de cada día – Caroline y Hans consumiendo comida de astronauta a bordo del mini submarino.

Perdona nuestras ofensas – el primer beso de Caroline, con un muchacho rubio.

Como también nosotros – ella y su novio caminando tomados de la mano.

Perdonamos a los que nos ofenden – hordas de caníbales.

No nos dejes caer – nubes de mosquitos Anopheles sobrevolando ciudades.

En la tentación – una pantalla negra de un computador que muestra «Dead counter: 5.005.562.989» en letras verdes, el número aumenta a cada milésima de segundo.

Y líbranos del mal – imágenes de políticos hablando a sus seguidores.

Amén…

 

Silencio.

 

  • Dios no hizo esto, lo hicimos nosotros.

Caroline abre los ojos. Los caníbales han entrado al depósito y comienzan a introducir sus brazos dentro del baño, a través de la puerta.

Cuando Caroline baja la mirada observa que ella ha clavado la espada en el pecho de su maestro. Un charco de sangre se va formando bajo la figura arrodillada de Hans.

  • Ha sido un honor. – dice Hans con una sonrisa en su rostro.
  • Lo siento – responde Caroline llorando.

Los caníbales finalmente abren la puerta. Caroline toma una granada, le quita el seguro, la arroja al depósito y se encierra rápidamente en uno de los cubículos, se pone en posición fetal para protegerse.

¡BLOOOM!

El cubículo de Caroline queda envuelto en llamas.

Al cabo de unos 20 segundos, ella sale, consigue el baño y el depósito incendiados, llenos de humo negro. Los cuerpos despedazados de los caníbales están prendidos en candela, regados por todas partes. En el suelo, yace su maestro, con su cuerpo extendido en posición de cúbito dorsal, una espada clavada en el pecho y el rostro quemado.

Ella retira la espada del cuerpo de su maestro. Se arrodilla ante él. Hace una reverencia de karate con sus manos extendidas hacia adelante, se inclina hasta que su casco roza el suelo ensangrentado.

Caroline se levanta. Toma la vaina de la espada de su maestro y la coloca en su espalda. La vaina de ella y la de Hans forman una «x». Ahora su rostro tiene una expresión vacía, sin emociones evidentes. Atraviesa las llamas sin problemas (su traje la aísla por completo), caminando lentamente, con calma, con una katana samurái en cada mano.

Cuando Caroline sale finalmente del depósito, la sombra de su cuerpo es proyectada hacia adelante por la luz del fuego tras de sí. En sus ojos ya no hay lágrimas, solo furia y sed de venganza. En su casco AR van apareciendo los triángulos rojos cada vez más numerosos… acercándose.

 

  • Maestro, esto va por ti.

Al carajo la ametralladora, lo haré al estilo de la vieja escuela.

 

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Síntesis biográfica de Emiliano Olivares

19 de abril de 1984

Estudios en Biología Marina en la Universidad de Oriente Núcleo Nueva Esparta. Productor audiovisual y documentalista. Miembro desde el año 2013 del circuito de artesanos (especialista en taparo) de la Fundación Empresas Polar. Actualmente trabaja como acuicultor y redactor de artículos científicos y literarios para internet.

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