«Égloga de liseo» de Vicente Espinel (Poema)

ÉGLOGA DE LISEO

VICENTE ESPINEL

POEMA / ESPAÑA

Al tiempo que la clara luz hermosa

de oscuridad destierra el accidente,

y las doradas flores

esparcen por el campo mil olores,

el blanco lirio, y la purpúrea rosa,

el aura fresca lleva blandamente

los acentos suaves

de las parleras aves,

junto a un arroyo sosegado, y lento

todo recibe general contento

con el rocío de la blanca aurora,

solo Liseo llora

con tal tristeza, y encendido llanto,

que a la más tibia, y más cruel pastora

enterneciera, o la moviera a espanto.

 

Luz de mi alma, a quién ausente adoro,

y por quien me da vida la memoria

con la esperanza triste,

que en la imaginación sola consiste,

¿Quién mirará los crespos lazos de oro

que un tiempo fueron de mi infierno, gloria,

y el estrellado cielo,

adonde sin recelo

tocó mil veces mi atrevida mano,

y el angélico rostro soberano

de fatigado espíritu reposo?

¿Quién será tan dichoso,

que ver merezca el cristalino pecho,

y el divino semblante milagroso,

por quien en vivo llanto estoy deshecho?

 

¿Quién tocará la alabastrina, y pura

mano, principio de la muerte mía?

La sonorosa, y clara

voz con la lengua en ecelencia rara,

que con gobierno, y celestial cordura

hiere el aire en dulcísima armonía,

¿a quién habla, y responde?

¿O en qué cielo se esconde.

quién tuvo mis orejas tan suspensas?

Célida mía, ¿En qué ejercicio piensas

que se entretiene el alma de tu amante,

sino en poner delante

estas reliquias de memoria amarga,

para que a veces llore, a veces cante

de tu belleza, y mi pasión tan larga?

 

Del punto en que comienza el sacro Apolo

a dar color con su presencia al mundo,

y las flores matiza

del carmín, jalde, y de la azul ceniza,

con mis pasiones miserable, y solo

comienzo yo con un pensar profundo,

a imaginar, si acaso

del fuego, en que me abraso

te acordarás, y desta ausencia avara:

¡Ay dulce España, ay dulce patria cara!

Con estas cosas me macero, y canso,

pero luego descanso

con fingirme, que gozo en tu presencia

del regalado trato, afable, y manso,

que dio salud a mi mortal dolencia.

 

Luego me sobreviene un pensamiento

contrario, que me arroja al hondo abismo,

que en tu gloria serena

no hay accidentes de tormento, y pena,

quiero decir, que en quien el firmamento

repartió tanta parte de sí mismo,

es razón que no entienda

mudanza de tormenta,

el aspereza de calor, ni invierno;

con esto vuelto al sentimiento tierno,

yo mismo a nuevas muertes me sentencio,

porque luego el silencio

de la espantosa noche le sucede,

do en sólo el padecer me diferencio,

no en más ni menos, porque ser no puede.

 

En un instante con pensar me alegro,

que el rigor, y aspereza de Saturno

será menos esquiva

con la memoria de tu imagen viva,

que cuando viene el velo oscuro, y negro

se representa en el callar nocturno,

y más viva parece:

Tras esto se me ofrece

aquella noche tan serena, y clara,

en que el lucero ardiente de tu cara

dio luz al mundo por oír mi canto,

y no te lo levanto,

que oyendo mi zampoña, y verso rudo

el de Tracia dijiste, que en su tanto

pudiera estar en mi presencia mudo.

 

Mas no puedo durar en este engaño

tanto, que aplaque mi furor su fuerza,

porque luego revuelve

el cuidado, que en nada se resuelve,

y mostrándome al ojo el desengaño

el claro devaneo allí me fuerza,

a desear de nuevo

la luz, con quien me elevo

oyendo el murmurar del claro arroyo,

donde las lamentables quejas oigo

del ruiseñor, y la calandria un poco,

a lagua, y hierba toco,

por ver si amansa mi encendida fragua,

mas son extremos, y pensar de loco,

que deste fuego, no es contraria el agua,

 

Pero con todo un poco me entretengo

con estos sauces, la frescura, y sombra

de tan diversa hierba

como naturaleza aquí conserva,

y en grande admiración de todo vengo:

De flores veo una bordada alfombra,

y el argentado, y puro

cielo jamás oscuro

alegremente el suelo ruciando,

los pajarillos a su son cantando

los verdes ramos, que menea el aire

al descuido, y desgaire

mírolo, y digo; a tan dichoso suelo,

aquella gracia, y celestial donaire

de mi señora lo tornará en cielo.

 

Esta es la vida, y miserable estado,

en que la ausencia por mi mal me ha puesto

de todo bien desnudo

el vivir puesto ya en el punto crudo,

do con la muerte me será forzado

abrazarme dejando todo el resto,

y a mi mal escondido

en el profundo olvido

por ser mi muerte en ocasión tan alta.

Célida mía, ya el vigor me falta,

otro nuevo tormento me recrece,

adiós, que ya se ofrece

el último remate a mi porfía,

y el aliento vital me desfallece,

adiós, señora, adiós Célida mía.

 

Adelante pasara el pobre mozo

con su cantar, si una mortal congoja,

que la virtud le mengua

no le trabara el corazón, y lengua,

que arrojando del pecho un gran sollozo

cayó en el suelo, y el aliento afloja,

hasta que dos amigos

de su pasión testigos

espantados del grave, y triste agüero

llorando al casi muerto compañero

en hombros a su choza lo llevaron,

donde le sepultaron

entre jazmines, rosas, y amaranto,

hasta que las congojas le dejaron,

y vuelto en sí, torno a su usado llanto.

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