«Amor y orgullo» de Gertrudis Gómez de Avellaneda (Poema)

AMOR Y ORGULLO

GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA

POEMA / CUBA

Un tiempo hollaba por alfombras rosas;

y nobles vates, de mentidas diosas

prodigábanme nombres;

mas yo, altanera, con orgullo vano,

cual águila real a vil gusano,

contemplaba a los hombres.

 

Mi pensamiento —en temerario vuelo—

ardiente osaba demandar al cielo

objeto a mis amores,

y si a la tierra con desdén volvía

triste mirada, mi soberbia impía

marchitaba sus flores.

 

Tal vez por un momento caprichosa

entre ellas revolé, cual mariposa,

sin fijarme en ninguna;

pues de místico bien siempre anhelante,

clamaba en vano, como tierno infante

quiere abrazar la luna.

 

Hoy, despeñada de la excelsa cumbre

do osé mirar del sol la ardiente lumbre

que fascinó mis ojos,

cual hoja seca al raudo torbellino,

cedo al poder del áspero destino…

¡Me entrego a sus antojos!

 

Cobarde corazón, que el nudo estrecho

gimiendo sufres, dime: ¿qué se ha hecho

tu presunción altiva?

¿Qué mágico poder, en tal bajeza

trocando ya tu indómita fiereza,

de libertad te priva?

 

¡Mísero esclavo de tirano dueño,

tu gloria fue cual mentiroso sueño,

que con las sombras huye!

Di, ¿qué se hicieron ilusiones tantas

de necia vanidad, débiles plantas

que el aquilón destruye?

 

En hora infausta a mi feliz reposo,

¿no dijiste, soberbio y orgulloso:

—¿Quién domará mi brío?

¡Con mi solo poder haré, si quiero,

mudar de rumbo al céfiro ligero

y arder al mármol frío!

 

¡Funesta ceguedad! ¡Delirio insano!

Te gritó la razón… Mas ¡cuán en vano

te advirtió tu locura!…

¡Tú mismo te forjaste la cadena,

que a servidumbre eterna te condena,

y a duelo y amargura!

 

Los lazos caprichosos que otros días

—por pasatiempo— a tu placer tejías,

fueron de seda y oro;

los que ahora rinden tu valor primero,

son eslabones de pesado acero,

templados con tu lloro.

 

¿Qué esperaste, ¡ay de ti!, de un pecho helado

de inmenso orgullo y presunción hinchado,

de víboras nutrido?

Tú —que anhelabas tan sublime objeto—

¿cómo al capricho de un mortal sujeto

te arrastras abatido?

 

¿Con qué velo tu amor cubrió mis ojos,

que por flores tomé duros abrojos,

y por oro la arcilla?…

¡Del torpe engaño mis rivales ríen,

y mis amantes, ay, tal vez se engríen

del yugo que me humilla!

 

¿Y tú lo sufres, corazón cobarde?

¿Y de tu servidumbre haciendo alarde

quieres ver en mi frente

el sello del amor que te devora?…

¡Ah! Velo, pues, y búrlese en buen hora

de mi baldón la gente.

 

¡Salga del pecho —requemando el labio—

el caro nombre de mi orgullo agravio,

de mi dolor sustento!…

¿Escrito no le ves en las estrellas

y en la luna apacible que con ellas

alumbra el firmamento?

 

¿No le oyes, de las auras al murmullo?

¿No le pronuncia —en gemidor arrullo—

la tórtola amorosa?

¿No resuena en los árboles, que el viento

halaga con pausado movimiento

en esa selva hojosa?

De aquella fuente entre las claras linfas,

¿no le articulan invisibles ninfas

con eco lisonjero?…

¿Por qué callar el nombre que te inflama,

si aún el silencio tiene voz, que aclama

ese nombre que quiero?…

 

Nombre que un alma lleva por despojo;

nombre que excita con placer enojo,

y con ira ternura;

nombre más dulce que el primer cariño

de joven madre al inocente niño,

copia de su hermosura;

 

y más amargo que el adiós postrero

que al suelo damos, donde el sol primero

alumbró nuestra vida,

nombre que halaga y halagando mata;

nombre que hiere —como sierpe ingrata—

al pecho que le anida.

 

¡No, no lo envíes, corazón, al labio!

¡Guarda tu mengua con silencio sabio!

¡Guarda, guarda tu mengua!

¡Callad también vosotras, auras, fuente,

trémulas hojas, tórtola doliente,

como calla mi lengua!

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